Habana, Cuba, 6 de abril de 2020 (OPS) - En Cuba, el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) constituye la máxima autoridad en las disciplinas de Microbiología, Parasitología, Medicina Tropical, así como Clínica y Epidemiología de Enfermedades Transmisibles. Fundado en 1937, este centro acumula una extensa experiencia en la investigación científica y la innovación para la prevención, control y eliminación de enfermedades infecciosas. Asimismo, garantiza servicios especializados y de tecnología avanzada para la vigilancia epidemiológica, el diagnóstico y la atención médica, con vistas a mejorar la calidad de vida de la población cubana y de la comunidad internacional.
Con la OPS/OMS, específicamente, el IPK posee una larga trayectoria de colaboración, consolidada con la creación de varios centros colaboradores (CCOMS) desde 1990, de los cuales se mantienen vigentes dos: CCOMS para Estudio y control del dengue y CCOMS para Eliminación de la tuberculosis. La alta calificación de su colectivo sanitario y científico, unido a los numerosos resultados alcanzados a partir de su labor, avalan todo este reconocimiento y el liderazgo que le ha correspondido desempeñar a tal institución en la batalla contra el nuevo coronavirus dentro del país.
Iliana Santisteban, Cristina Pérez, Ari Ernesto Medina y Oyantay Ricardo Vega, forman parte del personal de salud del IPK que atendió las primeras personas confirmadas con COVID-19 en Cuba. Enfermeros y enfermeras de profesión, trabajaron codo con codo por el mismo propósito: proteger la vida. Ellas, con más de 30 años en la enfermería, y ellos, con 22 y 23 años de edad solamente.
Cuando sus familias conocieron el nuevo desafío que les correspondía afrontar, la preocupación y el miedo fueron inevitables. “Mi mamá pensaba que yo estaba enferma, al igual que mi hijo”, recuerda Cristina. “Él le decía a mi esposo: yo creo que mi mama está enferma, yo creo que mi mamá tiene algo. Hasta que al final fue a verme a la puerta del hospital, me hizo pasar algunas pertenencias y, una vez que nos empezamos a comunicar regularmente, comenzó a sentirse más tranquilo. Luego me envió una notica donde me decía que yo era una mujer muy fuerte y que iba a superar esta prueba”.
La angustia igualmente invadió a la esposa de Oyantay, quien recuerda muy bien la conversación en la cual le explicó a su pareja que aceptaría participar en el enfrentamiento a la COVID-19. “Mi esposa está embarazada, me necesita, pero ella también es enfermera, incluso trabajó un tiempo en el IPK, y sabe que este es el papel de nosotros. Cuando me preguntó si tenía que irme y quedarme en el hospital, le dije: sí, tengo que hacerlo, porque es mi deber, y si tú estuvieras en mi lugar, lo habrías hecho.
Así, este equipo partió a cumplir con su compromiso, y le sobrevinieron varios días de intensa labor. Asegura Cristina que el trabajo con los pacientes positivos a COVID-19 ha sido un verdadero desafío. “A pesar de llevar 38 años como enfermera, y 34 en el IPK, para mí ha sido un gran reto. Soy Jefa de la Sala de Vigilancia Epidemiológica y enseguida estuve involucrada con la vigilancia de la enfermedad. Luego me tocó recibir los primeros casos confirmados. Yo nunca pensé enfrentarme a algo como esto; ya habíamos pasado por varias epidemias, como la de cólera, la de dengue y otras más, pero esta vez todo es nuevo. Al principio sentí un poco de tensión, pero no miedo, y cada día traté de enseñar a mis colegas lo que he aprendido”.
“Se trata de una epidemia sin precedentes”, añade Iliana, la otra veterana del grupo. “Yo acumulo 30 años de trabajo y jamás había estado en una situación con estas características; pero nosotros nos distinguimos por dar el paso al frente siempre. Además, trabajamos en una institución de enfermedades infecciosas y todo lo infeccioso que aparece en el país empieza a estudiarse y tratarse en el IPK. Estamos adiestrados para lo que venga, y eso hacemos ahora: enfrentar una nueva enfermedad. Lo que sí tenemos que cumplir con las medidas de seguridad, que ya se han reiterado. Todo el mundo tiene miedo de acercarse a la muerte, pero para eso estamos las enfermeras y los enfermeros, y estaremos hasta que haga falta”.
Las circunstancias también llevaron a este colectivo de especialistas a educar a sus pacientes. Como se trataba de los primeros casos de un padecimiento muy poco conocido, y como en el país apenas comenzaba la epidemia, todavía no existía la conciencia necesaria en torno a los riesgos y las consecuencias. Oyantai explica: “Para atender a los pacientes había que ponerse en su lugar; muchos tenían miedo, tenían dudas, curiosidades; intentábamos responder sus preguntas, pero se trataba de algo que, incluso para nosotros, resultaba novedoso. Nos correspondió educar a quienes estaban allí ingresados, que no siempre entendían el valor del aislamiento, sobre todo al inicio. Luego comenzaron a interiorizar mejor lo que sucedía y a apoyar cada vez más”.
“Una de las cosas que nos daba fuerzas para seguir adelante era nuestra propia positividad”, continúa diciendo Oyantay. “Pudimos convencernos de que nosotros teníamos el coraje para enfrentar la pandemia y que lo único que debíamos hacer para estar bien era cuidarnos mucho. Por eso nos cuidamos nosotros y entre nosotros. No queríamos que hubiese ningún error en el equipo de trabajo, ni ningún incidente que lamentar”.
Cristina, por su parte, encontraba el ímpetu en aquellas personas que ayudaba a sanar. Confiesa que siempre pensó que cada uno de esos pacientes podía ser un familiar suyo, o podía ser ella misma, y que cada trabajador que tenía a su lado era como su hijo. De hecho, advierte que su hijo es mayor que la mayoría de los muchachos que la acompañaban. De esta forma, salió adelante, y dice que seguirá saliendo, pues piensa que todavía queda por hacer.
Asimismo, mantenían la convicción de que con unidad el país se recuperará. Como bien reafirma Iliana, el trabajo se está haciendo bien, y lo que le corresponde a la población es ayudar. “Si todo el mundo se queda en casa y aislamos este virus lo más posible, nuestra labor
se reduce un poco. Lo que atañe hacer al personal de salud es muy agotador. Nos llegan muchas personas a la vez y debemos asistirlas y comprenderlas. Además, como sucedió en esta ocasión, pasamos muchas horas y muchos días seguidos brindando asistencia, trabajando jornadas enteras sin salir del hospital”.
De tal manera ha transcurrido la vida de estos protagonistas durante las últimas semanas, y luego de atravesar una cuarentena que les garantizó estar protegidos y proteger a sus familias, los hombres y las mujeres de esta historia, brillantes ejemplos de la enfermería cubana, no necesitan pensar dos veces si lo volverían a hacer. El más joven y tímido del grupo, Ari Ernesto, que prefirió hablar poco durante la entrevista, respondió: “Yo sí me brindaría nuevamente para realizar esta labor, porque mi carrera a mí me gusta, me encanta. Desde el momento que comencé a estudiarla me apasiona la enfermería, y pienso seguir superándome”. Sin dudas, Ari, Oyantay, Iliana y Cristina, forman parte de ese gran ejército que hoy, y todos los días, libra muchas peleas por la salud.