La pandemia por Covid-19 ha profundizado los desafíos de las comunidades más vulnerables. En países como Costa Rica, los migrantes enfrentan obstáculos aún más grandes. Entre la crisis sanitaria y las dificultades económicas, miles de familias sufren las consecuencias de un futuro incierto.
Mayo 2021
SAN JOSÉ, Costa Rica, enero 2021- Es un sábado rutinario. Francisca Esperanza Ayala, de 37 años, juega con tres de sus cuatro hijos: Tayra (11), Galilea (6) y Wilton (1). El mayor, Ian (18), hoy está cuidando a su abuela. Francisca es tímida y callada, todo lo contrario a sus hijos. Galilea es curiosa, Tayra es una líder natural y Wilton es el centro de atención con todos sus gestos.
La historia de esta familia comienza en Nicaragua. Después de la muerte de sus padres, Francisca migró a Costa Rica cuando tenía apenas 10 años para encontrarse con su hermana Victoria, quien tenía ya varios años de estar radicada en el país. Actualmente, Francisca vive con sus hijos en La Carpio, parte del distrito de La Uruca, al oeste de San José.
De acuerdo con el Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos (Mivah), alrededor de 25.000 personas viven en los 23 kilómetros cuadrados que componen esta comunidad, aunque existen organizaciones como Sifais que estiman la población actual en alrededor de 50.000 personas. Según el investigador de la Universidad de Costa Rica, Carlos Sandoval, La Carpio tiene la comunidad de nicaragüenses más amplia de Costa Rica y la comunidad binacional más grande del país.
Durante 2020, la pandemia por Covid-19 ha profundizado los desafíos de los migrantes en varios niveles. Francisca conoció a su esposo, Manuel Salvador Munguía, en una fiesta en Costa Rica. Primero comenzaron a salir, luego se mudaron juntos y formaron una familia. Manuel también es nicaragüense, uno de los 287.000 registrados por el último censo nacional (2011). En plena crisis sanitaria, empezó a sentirse mal y tuvo que regresar a su país para poder atenderse, pues en Costa Rica no contaba con seguro médico. Tiene cáncer y hace cuatro meses que vive separado de su esposa e hijos mientras continúa su tratamiento.
La pandemia derivó también en problemas sociales y económicos. En Costa Rica, la tasa de desempleo alcanzó el 22% en el último trimestre del año 2020, según la Encuesta Continua de Empleo que realiza el Instituto Nacional de Estadística y Censos. Francisca es una de las protagonistas de esa cifra. Ella trabajaba limpiando una casa dos días a la semana, pero en medio de la pandemia fue despedida, ya que en el hogar vive una anciana y tenían miedo de la posibilidad de contagio a través de visitas externas. Francisca lleva ya cuatro meses sin conseguir empleo. La despidieron por miedo, ese miedo al contagio y a la enfermedad. Pero en su búsqueda laboral se enfrenta a diario con otro tipo de miedo, un obstáculo invisible: el estigma por el lugar donde vive. “Tengo miedo, pero confío en Dios. Siempre que voy a la calle, cada vez que vengo me baño porque me gusta cuidar a los niños. Pero un día iba en el bus y una señora se iba como apartando de mí, como si yo… Solo me quedé viendo y no le puse mente ni nada”, confiesa Francisca al recordar su experiencia en un bus de La Carpio.
El Ministerio de Salud de Costa Rica ha priorizado la vigilancia del comportamiento del virus en 33 comunidades de alto riesgo en relación con su cercanía a las fronteras con Nicaragua y Panamá, como Upala, Los Chiles, Sixaola y San Vito, o por su alta densidad poblacional, como Los Cuadros, Alajuelita, Guidos y La Carpio. El hacinamiento, el acceso limitado al agua y la dependencia del empleo informal incrementan en estas comunidades las posibilidades de contagio.
Francisca no ha tenido Covid-19, pero en cada entrevista de trabajo, esa es la primera pregunta que le hacen. “Si le dio, entonces no la puedo contratar”, cuenta ha llegado a escuchar. Mientras tanto, se enfoca en apoyar a sus hijos con el estudio. Tayra acaba de aprobar el 4º grado de escuela gracias al apoyo de su tía, quien sirve de intermediaria —vía WhatsApp— entre la profesora y la niña. Francisca no tiene celular ni acceso a internet.
Los meses sin empleo, y sin el apoyo de su esposo, los ha enfrentado con el apoyo de su núcleo familiar. “Mi familia es muy importante para mí porque con esto que ha estado pasando con mi esposo, mi hermana mayor ha estado bien unida conmigo y me apoya siempre. Si me falta algo, me trae cosas, me compra. Ella siempre ha sido así, como que fuera mi mamá más bien”.
La historia de esta familia dividida entre Costa Rica y Nicaragua continuará en el contexto de una pandemia impredecible. Francisca tiene dos grandes preocupaciones: el trabajo y la salud. Por un lado, espera que la salud de su esposo mejore. También espera que le vaya bien en la entrevista que tiene en los próximos días. Quiere, sobre todo, que sus niñas puedan volver a la escuela. Regresar de una vez a la rutina.