Por Carla Sáenz, asesora regional en Bioética de la Organización Panamericana de la Salud (OPS)
Hacer investigaciones con niños en el ámbito de la salud es un imperativo ético cuyo fin es proteger su bienestar, mejorar su salud y lograr un trato equitativo. Se estima que 70% de los medicamentos administrados regularmente a los niños no han sido estudiados en la población infantil. En consecuencia, regularmente se pone en peligro su salud: cuando un niño recibe un medicamento sin que haya evidencia de su seguridad y eficacia en este grupo etario, está siendo expuesto a un riesgo. Y por lo general, dicha exposición no está precedida por un proceso de consentimiento informado. Como parte de la atención médica que reciben, los niños están expuestos a riesgos sin ninguna medida de protección adicional (como un seguimiento estrecho) y además se pierde la oportunidad de aprender de estos riesgos.
Paradójicamente, esta peligrosa situación es la consecuencia de nuestro deseo de proteger a los niños. Asumimos erróneamente que protegerlos, a ellos y a otros grupos vulnerables de la población, implicaba excluirlos de las investigaciones. Sin embargo, al hacerlo, no aprendemos qué intervenciones médicas son seguras y eficaces para los niños. Además, no extendemos a la población infantil los beneficios de la ciencia y la investigación que este grupo de la población también debería recibir.
En el año 1970, la tasa global de supervivencia de los niños con leucemia linfoblástica aguda (LLA), que es el cáncer más común en la infancia, era inferior a 10%. Tras realizar varios ensayos clínicos, en los que participaron más de 32.000 niños en menos de 40 años, la LLA se ha vuelto curable en más de 90% de los pacientes. Este cambio drástico fue posible gracias a las investigaciones con niños. El diagnóstico de la LLA ya no representa una sentencia de muerte para un niño.
Un logro tan excepcional no podría haberse alcanzado simplemente extrapolando los resultados de las investigaciones con adultos. Es fundamental hacer investigaciones con niños en el ámbito de la salud a fin de encontrar curas para ellos. Un niño no es un adulto pequeño: los niños son diferentes a nivel fisiológico, por lo que las enfermedades y los medicamentos les afectan de manera diferente. Por lo tanto, la única manera de saber si una intervención de salud es segura y eficaz en los niños es incluyéndolos en ensayos clínicos y en investigaciones en todos los ámbitos de la salud, desde la nutrición hasta el cáncer. Entre dichas investigaciones se deben incluir estudios para prevenir enfermedades en niños sanos y para tratar a niños que sufren enfermedades crónicas y afecciones agudas, leves o graves.
También es esencial incluir a los niños en estudios relacionados con la pandemia de COVID-19. Esta enfermedad también afecta su salud y bienestar. Al igual que los adultos, los niños deben beneficiarse de los esfuerzos que se despliegan a escala mundial para realizar investigaciones rigurosas y de manera rápida con el objetivo de encontrar intervenciones para prevenir y tratar esta enfermedad.
Las directrices internacionales de ética exigen que todo proyecto de investigación con participantes humanos se someta a una rigurosa evaluación ética por parte de un comité independiente para garantizar, entre otras cosas, que los riesgos sean razonables y que los participantes estén protegidos de la manera adecuada. Los comités que evalúan investigaciones con participantes menores de edad dedican especial atención a garantizar que su bienestar y sus intereses estén protegidos. En cada estudio con niños, se evalúa minuciosamente el nivel de riesgo aceptable. Después se aplican estrategias para minimizar cada uno de los riesgos detectados (por ejemplo, mediante un seguimiento estrecho por parte de los profesionales de la salud o con aumentos graduales de las dosis). Los comités de ética velan por que los progenitores o los tutores proporcionen su consentimiento informado para la participación de los niños, pero también se aseguran de involucrar a los propios niños en la decisión de participar o no en la investigación, siempre que dicha participación sea apropiada para su edad.
Participar en investigaciones es beneficioso para los niños, ya que lo mejor para su interés superior es contar con intervenciones que han demostrado ser seguras y eficaces para los niños. Ya hay mecanismos confiables para garantizar que su participación en las investigaciones sea ética. Es más, los estudios sobre las experiencias de los niños que han participado en investigaciones revelan su preocupación genuina por contribuir a encontrar una cura o una intervención médica que podría beneficiar a otros niños, incluidas nuevas vacunas o pruebas diagnósticas para niños.
Excluir a los niños de las investigaciones en el ámbito de la salud no solo socava la protección de su bienestar, sino que también es injusto. Los niños merecen tener acceso a intervenciones seguras y eficaces basadas en evidencia científica. Tenemos el deber moral de asegurar que los niños también se beneficien de los resultados de las investigaciones.
La pandemia de COVID-19 ha vuelto a poner el foco en el valor de la investigación. Para promover la investigación, y avanzar de forma responsable hacia la inclusión de todos los grupos de población, tenemos que fomentar el diálogo entre la comunidad investigadora y la sociedad. La participación del público en general es clave para generar confianza, y esta es indispensable para impulsar una investigación ética que nos beneficie a todos.