Marta Rodríguez: una vida de abogacía por los determinantes sociales de la salud

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La hoja de vida de la doctora Marta Rodríguez enumera 52 cargos desempeñados, 49 publicaciones entre libros, monografías y revistas especializadas, 6 reconocimientos otorgados por las universidades venezolanas más prestigiosas e, incluso, una orden honorífica entregada por el gobierno de su natal Francia. Una decena de páginas fueron poco para compendiar su trayectoria.

La formación del personal docente en la Facultad de Medicina. Análisis y Publicaciones de la Facultad de Medicina, publicado en 1982, figura como el trabajo más laureado de Rodríguez. En esa publicación desarrolló la propuesta que ha sostenido a lo largo de su trayectoria profesional, basada en la necesaria coherencia que —a su criterio—debe existir entre los modelos de formación y las prácticas de salud, que van más allá de la concepción biologicista.

“Es fundamental trascender en los programas de formación, tanto de pre como de postgrado, la concepción tradicional de la salud, fundamentalmente biologicista, individualista, fragmentada, por una concepción donde la salud y la enfermedad son producto de determinaciones socio históricas”, explica Rodríguez.

Marta Rodríguez nació en 1939, en Burdeos, al sur este de Francia. Su familia fue desplazada primero por la Guerra Civil de España y después por la Segunda Guerra Mundial. A la temprana edad de 9 años llegó a Venezuela.

“Fui la primera graduada universitaria de la familia, cosa que no hubiese podido hacer en la Europa de aquella época. Uno no es de donde nace sino de donde se hace. Entonces, yo soy venezolana”, afirma enfática.

La Universidad Central de Venezuela (UCV) es su alma mater. Allí estudió el pregrado de Medicina y el posgrado en Gastroenterología. Su egreso como especialista, en 1968, no impidió que se le siguiera viendo en la Facultad de Medicina de la UCV.

La doctora Rodríguez emprendió una carrera académica que la llevó desde ser instructora en el servicio de Gastroenterología del Hospital Universitario de Caracas hasta ser directora de la Escuela Luis Razetti (1987-1990), entre otras responsabilidades en el área de docencia, especialmente enfocadas hacia la actualización de los programas de formación de Medicina.

¿Cómo impulsó el cambio de currículo de la Facultad de Medicina de la UCV?

— Formé parte de la Comisión de Curriculum cuando Vicente Lecuna era decano de la Facultad de Medicina y luego con López Grillo. Era principios de los años 80, cuando la OPS estaba preparando los posgrados en Salud Pública en las universidades de América Latina. Se establecieron vínculos importantes entre la Facultad de Medicina y la OPS, en el marco de una visión progresista de la salud, que tiene el componente biologicista tradicional, pero hace un énfasis importante en todo lo que es la determinación social y económica de las condiciones de vida y su repercusión en la salud. Además del trabajo en la Facultad de Medicina de la UCV, acompañé el proceso de formación de profesionales de la medicina, con el Programa Nacional de Formación de Medicina Integral Comunitaria (PFG-MIC), que inició en 2005. El crecimiento de los servicios de atención al paciente ha sido particularmente relevante. Este programa se encuentra presente en los 24 estados del país. Las actividades académicas se realizan en más de 800 ambientes y aulas multipropósito. De esta manera se hizo viable la estrategia de municipalización del proceso de formación de los médicos integrales comunitarios y su integración con las Áreas de Salud Integral Comunitaria del Ministerio del Poder Popular para Salud.

Este proceso implicó, además de los cambios curriculares necesarios, un acercamiento a las poblaciones en todos los estados del país, una articulación entre todas las universidades que gestionan el programa, selección, inicio, evaluación, rotaciones simultáneas, calendario común con sus sedes en los municipios. Hoy en día, 9 años después de jubilada de la UCV, sigo trabajando en la integración docente asistencial y articulación con las comunidades, ahora desde la Universidad de las Ciencias de la Salud.

¿Qué incluyen esos programas para sensibilizar al médico y generar el cambio de paradigmas?

— Lo fundamental es que se entienda que la salud es un proceso que no es solo biológico, tiene una serie de determinantes que hacen que la gente padezca una enfermedad de manera diferente. No es lo mismo una enfermedad en una persona que está bien nutrida, que tiene casa, que tiene agua, a esa misma enfermedad en un grupo familiar que está en unas condiciones de vida muy desiguales, con muy poco acceso a los servicios y beneficios de la sociedad. Ese trabajo no es declarativo, se tiene que ir construyendo en la medida que vas juntando esfuerzos y la gente se va sumando y convenciendo de esos procesos. En ese proceso se aprende de los que tienen esas dificultades, que hacen que uno las viva, las conozca y ellos aprenden del grupo docente. Es un proceso muy complejo que se da en todos los niveles de la vida. No solo en el área de la salud. También en otras profesiones.

Tras medio siglo de ejercicio profesional, ¿qué es lo que más le ha gustado de su carrera?

—La época más feliz de mi vida fue el período de estudiante y la atención de los pacientes. Ese momento del hospital, de la relación clínica con los pacientes, las guardias, del sentir que uno hacía cosas que beneficiaban, que ayudaba a las personas. En simultáneo se va dando esa situación de conciencia, de que faltan una serie de elementos en ese análisis que condiciona el que haya las diferencias en esa prestación de salud entre diferentes sectores de la población. Como cuando llegas a cargos en la comisión de currículo o en la dirección de la Escuela inmediatamente tienes que superar esa etapa individual y visualizarla en el espacio de lo colectivo, del compromiso social. Ese es un proceso de avance, de transformación que se va dando a lo largo de la vida.

¿Qué mensaje le gustaría dar a los trabajadores de la salud?

—La vida es un continuo ir y venir. Se avanza, hay periodos en los que hay que recular, luego sigues avanzando. No hay que desfallecer en ese proceso vital. Siempre lo que se va haciendo, uno lo identifica y lo vuelve a recuperar y ves que todo el esfuerzo que se ha hecho no es un esfuerzo perdido. Sobre todo, en los procesos de formación. Son semillas que se van dejando y eso va fortaleciéndose y avanzando.