Cómo una red de voluntarios comunitarios fue clave para eliminar esta enfermedad en El Salvador.
Cantón Metalito, El Salvador, marzo de 2021 (OPS)- Para Juana "Cheli" Menijar, darle seguimiento a cualquier caso de malaria en su pueblo del departamento costero de Sonsonate en El Salvador se ha convertido en una forma de vida. "He sido colaboradora voluntaria durante 22 años, y como voluntaria y como comunidad hemos buscado la manera de hacer que esto desaparezca".
"Algunas personas se acercan a decirme honestamente que están con fiebre, o que su niña tiene fiebre y me piden que les haga la gota gruesa”, la prueba para detectar la malaria, cuenta Juana y sostiene que enseguida "dejo todo lo que estoy haciendo y les hago la prueba inmediatamente".
Ella es uno de los miles de voluntarios comunitarios que han contribuido a la certificación de El Salvador como país libre de malaria por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La certificación, que se concedió a El Salvador el 25 de febrero, se otorga a los países que pueden documentar que son libres de la enfermedad durante al menos tres años consecutivos.
Para El Salvador, la certificación representa décadas de trabajo. La red de colaboradores voluntarios, conocida como “Col Vol”, se formó en los años 50, cuando contaba con menos de 100 integrantes. En años más recientes, El Salvador ha mantenido una red de 2.000 a 3.000 voluntarios. En 2020, la cifra aumentó a 3.078 voluntarios.
Me ha gustado ser voluntaria para hacer esto, porque vi la necesidad en la comunidad; lo hago por mi comunidad y por mis nietos. Aquí había mucha malaria, pero ahora sabemos cómo eliminarla".
Juana "Cheli" Menijar
En estas comunidades con alto riesgo de malaria, los voluntarios toman muestras de sangre -que luego envían al laboratorio-, desempeñando un papel crucial en la detección. En 1992, por ejemplo, los voluntarios comunitarios fueron responsables del diagnóstico del 90% de los casos detectados.
Los voluntarios colaboran estrechamente con los equipos de salud pública y los programas de vigilancia de la malaria que el gobierno salvadoreño ha mantenido y reforzado a lo largo de los años. Es esta coordinación entre los voluntarios y los sistemas nacionales de salud pública una de las acciones clave que ha permitido a El Salvador conseguir eliminar la malaria.
"La certificación no podría haberse alcanzado sin la participación de la comunidad, las organizaciones de la sociedad civil, las autoridades locales, el personal de salud comprometido y el apoyo de organismos internacionales como la Organización Panamericana de la Salud (OPS)", dice Eduardo Romero, jefe de la unidad de enfermedades transmitidas por vectores del Ministerio de Salud de El Salvador.
En la actualidad, más de 5.000 personas, entre trabajadores sanitarios y voluntarios comunitarios, trabajan para evitar que la malaria reaparezca en El Salvador. El programa tiene sus orígenes en el Programa Nacional de Malaria, que se formó en la década de 1950; el reclutamiento de voluntarios comunitarios fue uno de sus primeros logros. Los voluntarios enviaron sus datos sobre los casos de malaria a los trabajadores de control de vectores, lo que permitió al programa antipalúdico centrarse en los lugares más afectados.
Tras décadas de progreso, El Salvador experimentó un aumento de los casos. Los mosquitos habían desarrollado una resistencia al DDT, el pesticida utilizado para controlarlos. En 1980 se registraron 96.000 casos de malaria, un pico. El Salvador reorientó su programa contra la malaria con el apoyo de la OPS, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, algo que mejoró la orientación de las zonas de alta incidencia y descentralizó la red de laboratorios de diagnóstico, lo que permitió detectar y tratar los casos con mayor rapidez.
Desde el punto álgido, el número de casos ha disminuido de forma constante, pasando de 9.000 en 1990 a solo 17 en 2010 y a cero casos en 2017. Ese logro se ha mantenido hasta finales de 2020.
La clave del éxito de El Salvador es que el país dedicó constantemente recursos humanos y financieros a derrotar la malaria. A pesar de haber reportado su última muerte relacionada con la malaria en 1984, El Salvador mantiene sus inversiones internas en la lucha contra la malaria, incluyendo a sus voluntarios comunitarios.
"La lucha contra el paludismo es una lucha de todos", comenta el doctor Héctor Ramos, epidemiólogo del Ministerio de Salud de El Salvador. "Es una especie de acto de devoción porque la gente trabaja bajo la lluvia, bajo el sol, con muchas dificultades. Pero la recompensa final es saber que has salvado vidas".
Para Juana, la recompensa es saber que está ayudando a su pueblo, a sus seis hijos y a sus seis nietos. "Estoy muy contenta con la certificación", dice. "He hecho todo esto con amor. La gente pensaba en la malaria como algo lejano. Mientras no veíamos enfermos no le prestábamos atención, pero cuando lo vivimos en carne propia, nos damos cuenta de lo duro que es."