"Para quienes habitamos en la zona más rural y trabajamos la tierra, creo que también fue una experiencia bonita en el sentido que no caímos en la desesperación. Nuestras labores diarias continuaron como en la vida normal: seguíamos trabajando la chagra, con las vacas, con los cuyes… Seguimos en nuestras dinámicas, disfrutando del paisaje y de nuestra propia alimentación. Fue un ejercicio de empoderamiento de las familias y de valorar más todo lo que teníamos".
"Mientras en la ciudad estaban encerrados y se asomaban a sus ventanas para ver una ciudad vacía, en nuestros territorios seguíamos adelante contemplando los árboles, a las aves, las flores. Siempre guiados de nuestra espiritualidad y esa conexión con la madre tierra que nos permitió decirle al mundo que vivimos en un paraíso y estamos bien, estamos fuertes. Ese es el resultado de nuestra vida en el territorio”.