9 de Agosto, 2021 - Desde hace dos años, la doctora Ena Banegas labora en el municipio de Yorito, ubicado en la región centro-norte de Honduras. El municipio cuenta con nueve aldeas, tres de ellas con población de la etnia Tolupán, de la que ella es originaria.
La distancia de 20 a 50 minutos en auto que separa a las comunidades del centro del municipio, donde la incidencia de casos de COVID-19 ha sido alta, fue “una ventaja para la población indígena que vive en la zona alta y baja poco al centro”, dice Ena.
Pero desde que comenzó la pandemia y para proteger a su población, se han tomado una serie de medidas: cerrando las comunidades y el comercio, suspendiendo los eventos con aglomeraciones e invitando a quienes presentan síntomas a practicarse la prueba para detectar el virus.
Ena relata que ella misma es una paciente recuperada de COVID-19. “Me contagié aquí, trabajando, dándole seguimiento a pacientes positivos. Me enfermé en noviembre del año pasado, estuve muy mal”, recuerda. Tras recuperarse y luego del arribo de vacunas al país, junto con sus compañeros de las unidades de salud, recibió en marzo de este año la primera dosis de la vacuna AstraZeneca, esquema que completó en junio.