Carmen Pfanni sostiene su bastón con las dos manos mientras sentada en una silla habla sobre la distancia física que ahora la separa de su familia. Se toca el corazón y la voz apenas se le entrecorta. “Nos hace falta”, comenta desde el residencial de ancianos en el que vive y que por la COVID-19 tiene restringidas las visitas casi a cero.
“Falta el contacto, falta el calorcito, el beso, el que te mojen los chiquitos la mejilla. Eso es lo que falta, los chiquitos, los chiquitos”, lamenta Carmen.
Los adultos mayores son tema de preocupación en todo el mundo. Llegó la COVID-19 y desde organismos internacionales -como la Organización Panamericana de la Salud (OPS)-, hasta gobiernos y médicos de a pie, comenzaron a emitir recomendaciones. Quienes estuvieran en el grupo definido como “población de riesgo” (oncológicos, diabéticos, adultos mayores, entre otros) deberían cuidarse al extremo. Fue casi al mismo tiempo que en diferentes continentes, los brotes del nuevo coronavirus en residenciales, hogares de ancianos o casas de salud, comenzaron a generar preocupación.
Uruguay no fue la excepción, si bien el control de la pandemia venía a buen paso, a mediados de abril surgieron los primeros brotes en residenciales. Con un nuevo gobierno desde marzo, las autoridades empezaron a hacer relevamientos de todos los residenciales de Uruguay.
“Primero le adjudicamos a cada residencial - público o privado- del país un prestador responsable. Se hicieron inspecciones y seguimiento de la situación en los residenciales”, destaca el ministro de Salud Pública de Uruguay, Daniel Salinas.
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