Quiso el destino, la casualidad o la suerte que la Representación de la Organización Panamericana de la Salud/Organización Mundial de la Salud (OPS/OMS) en Cuba acompañara la producción del último libro que escribió el querido profesor Francisco Rojas Ochoa, esa figura de la salud pública cubana que, con nobleza y humildad, pero también con mucha sabiduría y sentido crítico, hizo grandes aportes a la producción científica en esta rama del conocimiento. Precisamente, el título de su última obra es: “Salud y salud pública. Teoría y práctica”.
Para mayor coincidencia, el boletín de la OPS/OMS en La Habana atesora una de las últimas entrevistas realizadas al destacado salubrista, quien en esa ocasión relataba que decidió estudiar medicina siendo niño, inspirado en un tío médico que por aquel tiempo era el único profesional de su familia. Una vez que se graduó en 1960, dedicó los primeros años de su carrera al servicio médico rural en Puriales de Caujerí, una zona montañosa ubicada a unos 40 kilómetros del extremo oriental de Cuba. Luego estuvo al frente de la Dirección Provincial de Salud de Camagüey y, al cabo de los tres años aproximadamente, salió a México para estudiar Salud Pública, un área sobre la cual, según sus propias palabras: “tenía un mundo de cosas por conocer”.
Otro reto se le presentó después, al regresar, cuando lo nombraron Director de Estadística del Ministerio de Salud Pública (MINSAP), y aunque asumió esta tarea sin contar con una experiencia previa en esa disciplina, su inteligencia y dedicación le permitieron mantenerse 11 años al frente de este cargo, y lo llevaron a crear en el país la especialidad de Bioestadística para médicos y estomatólogos. Contaba el doctor Rojas Ochoa que la OPS lo ayudó a alcanzar esos resultados, pues a través de esta agencia pudo gestionar que varios profesores de prestigio internacional vinieran a impartir clases temporalmente. Al final, tantas fueron sus contribuciones, que hoy es considerado el padre de la Bioestadística en Cuba.
En su trayectoria laboral también destaca la fundación y dirección del Instituto de Desarrollo de la Salud, donde se formaron estadísticos, administradores, epidemiólogos e higienistas. Asimismo, fue consultor de OPS/OMS en Nicaragua; profesor de la Escuela Nacional de Salud Pública; miembro de mérito de la Academia de Ciencias de Cuba y director de la Revista Cubana de Salud Pública. A lo largo de su vida profesional, recibió múltiples distinciones, como el Premio en Administración de Salud en las Américas de la OPS; la medalla Carlos Juan Finlay, un reconocimiento de la medicina cubana; y el Premio Anual de Salud de Cuba, por el libro “Vacunas: Cuba 1959-2008”.
Como docente, se preocupada mucho por ayudar a formar un pensamiento teórico, crítico e integral, y para sus estudiantes tenía tres mensajes clave: “El primero, que la medicina ha dejado de ser una ciencia puramente biológica para ser una ciencia biopsicosocial; el segundo, que aunque la medicina se convierte en el medio de vida de un médico, deben tratar de no convertirse en comerciantes de la salud de las personas; y el tercero, que tienen que estudiar hasta el penúltimo día de su ejercicio profesional, pues para un médico el estudio es permanente”.
Sin embargo, en la sede de OPS/OMS en Cuba no se le recordará solamente por sus méritos profesionales y científicos, sino, además, por la familiaridad con la que siempre se conducía cuando la visitaba. Era común encontrarlo en el centro de gestión de información revisando documentos técnicos; o tomándose un café entre colegas, justo al llegar o antes de salir. Ese momento lo aprovechaba para aconsejar, compartir historias, y hasta bromear. Se ganó el cariño y el respeto de todo el personal, que lo consentía y admiraba, y que hoy siente mucha satisfacción por haber tenido la oportunidad de trabajar con este gran hombre.