Esta semana es la segunda vez en la historia que los ministros de transporte, salud e interior y sus colegas de más de 100 países se reúnen para abordar la crisis mundial de la seguridad vial. La principal pregunta que tienen en mente es: ¿cómo podemos reducir en un 50% las muertes y lesiones graves por accidentes de tránsito para 2020?
Casi la mitad de los 1,25 millones de personas que mueren cada año en accidentes de tránsito son peatones, ciclistas y motociclistas. Para las personas de 15 a 29 años, esta es la mayor amenaza que existe para sus vidas. En caso de lograrse para finales del decenio, esta drástica disminución salvaría la increíble cifra de 625000 vidas al año.
Aunque el número de muertes por accidentes de tránsito se está estabilizando —a pesar del rápido aumento de los vehículos motorizados en todo el mundo y del incremento de la población—, el ritmo del cambio es demasiado lento. También es demasiado desigual, ya que las tasas de muerte por accidente de tránsito son diez veces más altas en los países con peor desempeño que en los países con mejor desempeño. Estas son algunas de las conclusiones del último Informe sobre la situación mundial de la seguridad vial (Global status report on road safety 2015) de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En la Segunda Conferencia Mundial de Alto Nivel sobre Seguridad Vial, organizada por el Gobierno del Brasil y copatrocinada por la OMS, se determinarán formas concretas de lograr esta ambiciosa meta que los países establecieron como parte de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
La pregunta es cómo lograr dicha meta.
Con tan solo cinco años por delante, se debe poner énfasis en obtener resultados rápidos, en particular: promulgar y aplicar leyes sobre la velocidad, la conducción bajo los efectos del alcohol y el uso de cinturones de seguridad, cascos para motociclistas y sistemas de retención para niños; modificar las infraestructuras con el fin de incluir estructuras como aceras, badenes y carriles para bicicletas; velar por que los vehículos estén equipados con tecnologías que salvan vidas, como cinturones de seguridad, air bags y sistemas electrónicos de control de la estabilidad; y mejorar la atención traumatológica de emergencia que se presta a las víctimas de accidentes de tránsito.
Estas tareas son principalmente responsabilidad de los gobiernos, pero otros tienen también un papel que desempeñar. Las autoridades locales pueden velar de manera rigurosa por el cumplimiento de las leyes existentes y, en caso de ser posible, adoptar medidas incluso más estrictas, como reducir aún más los límites de velocidad cerca de las escuelas. Los fabricantes de vehículos pueden velar por que sus productos cumplan las normas de seguridad establecidas para los países de ingresos altos independientemente de dónde se fabriquen, vendan o utilicen sus vehículos. Los gestores de grandes flotas de vehículos pueden poner énfasis en las prácticas idóneas de seguridad vial, en interés tanto de sus empleados como de las comunidades a las que prestan servicio. Un elemento fundamental que subyace a todo esto es la contribución que los grupos de la sociedad civil pueden realizar para generar una demanda de carreteras más seguras por parte de la opinión pública.
Los gobiernos también tienen que tener el valor de poner en marcha sistemas integrales de recopilación de datos que les permitan conocer de manera más precisa cuántas personas mueren y resultan heridas por accidentes de tránsito y en qué ámbitos de su respuesta hay deficiencias. Asimismo, para darles una indicación de hacia dónde deben dirigirse y en qué plazo, tendrían elaborar una estrategia nacional de seguridad vial con metas e indicadores específicos que puedan utilizarse para medir su contribución específica al logro de la meta de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Al contrario que otros problemas de salud y desarrollo más complejos, las medidas que hay que adoptar para mejorar la seguridad vial no tienen ningún misterio. Las intervenciones están bien documentadas y son intrínsecamente factibles. Tan solo hacen falta visión y voluntad políticas. La Segunda Conferencia Mundial de Alto Nivel sobre Seguridad Vial imprime un nuevo impulso a los gobiernos para que inviertan por fin en las medidas que son necesarias. No hay que dejar escapar esta oportunidad. Están en juego demasiadas vidas.