César Fuenmayor, microscopista del "Centro Vitanza”, Tumeremo

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César Fuenmayor trabaja en el diagnóstico de la malaria desde 1989, un tiempo que ha trascurrido entre el laboratorio del Centro de Investigaciones de Campo “Dr. Fancesco Vitanza” del Ministerio del Poder Popular de Salud (MPPS) y el trabajo en el campo. “Empecé el entrenamiento en la demarcación de Tumeremo, secando las láminas. Ahí estuve unas dos semanas; luego me trasladé hacia El Dorado, donde trabajé con una indígena llamada Lidia Betancourt, quien me entrenó en la toma de muestra y diagnóstico de la malaria. También la ayudaba en la tinción y coloración. Poco a poco me fui adentrando en la microscopia”.

Después del entrenamiento en la localidad El Dorado, regresó a su Tumeremo natal, capital del municipio Sifontes, edo. Bolívar. “Seguí mi formación como microscopista, puliéndome en el diagnóstico de la malaria, con el apoyo del doctor Leopoldo Villegas, un consultor de la OPS que entrenó a muchos de los microscopistas de la zona”, cuenta Fuenmayor.

¿En qué consiste su trabajo?

—Nosotros hacemos lo que se llaman la tinción o coloración. Luego secamos las láminas y procedemos a leerlas en el microscopio. En la libreta vamos anotando las negativas y las positivas, y el tipo de Plasmodium, sean vivax, falciparum o malariae. Veo diariamente entre 60 y 80 láminas.
Aquí se trabaja todos los días. Solo cerramos el 25 de diciembre y el 1 de enero. Trabajamos 20 días seguidos y libramos 10 días. Cuando yo salgo, ya está entrando otro compañero. Siempre hay personal en el centro de diagnóstico. Las complicaciones casi siempre vienen por parte del paciente, porque no se acercan a tiempo a los centros de diagnóstico por esperar a que ´resuman´ para que le den su oro y terminan perdiendo el oro y la vida.
En el Centro Vitanza tenemos 8.000 muestras tomadas en lo que va del año. Nosotros somos el centro de acopio de todos los pacientes de la zona. Vienen de Upata, El Manteco, Guasipati, El Callao, El Dorado, Kilómetro 88, las minas de Bochinche, la sierra de Imataca, y de Guyana.

¿A qué se refiere con que los pacientes esperan a que resuman?

—La mayoría de los pacientes que recibimos son mineros. Resumir es agarrar la tierra con las bateas y sacarle el oro. Toda la cantidad de tierra que sacan se resume en un poquitico de oro.

Alguna anécdota especial de su trabajo como microscopista

—Recuerdo que cuando fui a Ciudad Bolívar para hacer la evaluación teórica y práctica para certificarme como microscopista me hicieron revisar 10 láminas. Nueve láminas me dieron igual que el control y una me daba distinto. A mí me daba positivo para P. vivax y ellos decían que era P. falciparum. Lo que pasaba era que los parásitos tienden a irse hacia la orilla o la parte final de extendido de la lámina. Y le busqué en la gota. Había un trofozito adulto y se los enseñé. Cuando vieron eso me dijeron ´anda a buscar la cartulina´. No había en ese momento, y tuve que comprarla. De una vez me hicieron mi certificado. Por eso yo siempre le transmito a otros microscopistas que lo importante es saber lo que estás viendo, con detalle. Cuando tienes una buena muestra, una buena tinción y un buen microscopio, entonces, en seguida, tienes un buen diagnóstico.

—¿Qué lo motiva a seguir trabajando como microscopista?

—A mí me han dado 13 malarias. Cuando un paciente viene, yo sé lo que siente ese paciente. Se trata de sensibilidad humana. A veces salgo del centro de diagnóstico para descansar la vista y veo a personas indígenas de la etnia Kariña, que están callados sin conversar con nadie. Es porque muchos no hablan español. Entonces, tenemos que llevarlos al Servicio Atención y Orientación al Indígena (SAOI) para que nos ayuden las traductoras y podamos ayudarlos. Para nosotros la prioridad son las embarazadas, los niños y los indígenas. Ellos vienen cuando realmente se sienten enfermos y vienen desde lejos, no tienen transporte. Llegar acá les toma unas 5 horas, caminando y con fiebre. No porque el paciente venga a las 11 am, no le vamos a tomar una muestra. Si se la podemos tomar, lo hacemos. Eso es lo que me ha motivado a trabajar más. Hay que tener sensibilidad con el paciente.

Después de tantos años de servicio, ¿ha pensado en retirarse?

—Claro. Llega el tiempo de retiro, y yo lo acepto como ser humano, pero siempre me gustaría estar enseñando a otros, dejar un legado. A veces me dicen que si enseño a los demás me van a quitar el puesto, pero yo soy cristiano evangélico y leyendo la palabra he comprendido que en algún momento tenemos que irnos de esta tierra. Nosotros dejamos un legado. Y lo que le podemos dejar al que viene detrás de nosotros es que sea sensible y que aprenda todo los conocimientos. Una vez tuve un problema con un inspector que me quería cambiar y yo le dije ´yo aquí y en cualquier parte a la que vaya sé hacer mi trabajo. Si usted quiere, cámbieme pero yo aquí no tengo padrinos, el padrino mío se llama Dios´. No me cambió. Nadie es indispensable en esta tierra. Hoy estás aquí, y mañana te vas. Por eso debemos enseñar a las nuevas generaciones.

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