Guatemala, julio de 2019 (OPS/OMS)- Cuando a Ana Patricia Vélez (62) le diagnosticaron hepatitis C hace más de 20 años, las pruebas de ácido nucleico para diagnosticar la enfermedad no se conseguían en Guatemala y el desconocimiento y el estigma vinculados a su transmisión era alto y doloroso. Pero Patricia, a diferencia de muchos otros, tuvo la posibilidad de enviar muestras al extranjero para recibir un diagnóstico y hace 3 años pudo comprar y tomar el tratamiento que finalmente la curó.
En 1997 mientras proporcionaba orientación sobre la enfermedad, Patricia atendió a un hombre que le cambió la vida. “Era como ver a alguien sentenciado a muerte, hasta tenía preparado su testamento”, recuerda. Ella le contó que también tenía hepatitis C y que pensaba vivir muchos años, algo que le devolvió al paciente la esperanza. En ese momento, se dijo a sí misma que urgía hacer algo y a la semana siguiente, junto con su esposo y algunos colegas, crearon la Asociación Guatemalteca del Hígado (AGH).
Al vivir con esta enfermedad grave que puede provocar cirrosis y cáncer de hígado, y que se transmite a través de la sangre, Patricia debió enfrentar situaciones de discriminación e ignorancia, inclusive de otros profesionales de la salud. “Recuerdo una vez -cuenta- que había realizado un viaje a Japón y algunas personas me decían: ‘saber qué fuiste a hacer allá’, porque atribuían la hepatitis C a un comportamiento promiscuo”, menciona. Sin embargo, este tipo de actitudes nunca la detuvo.