• uruguay-covid-vacunatorio.jpg

A un ritmo acelerado y constante, Uruguay se inmuniza contra la COVID-19

En Uruguay, un país de poco más de 3,5 millones de personas, más del 70% de la población ya recibió la segunda dosis de la vacuna contra la COVID-19 y el 75% se dio la primera dosis. El avance de la vacunación en Uruguay se condice con el abrupto descenso de casos graves de la enfermedad, así como del total de casos activos.

A seis meses de haber comenzado a vacunar contra el coronavirus, el 70% de la población ya se dio la segunda dosis.

13 de septiembre 2021

La estrategia de Uruguay incluyó la apertura de vacunatorios específicos para aplicar las dosis contra el virus SARS-CoV-2, y, desde mayo pasado, el traslado de unidades móviles hacia localidades alejadas de las capitales departamentales y de las principales ciudades, con el fin de acercar las vacunas a personas con dificultades para trasladarse.

Aquí, las historias de Ana León y de Gilberto Borges, quienes contrajeron el virus y concurrieron a vacunarse al laboratorio móvil tras la llegada de las vacunas, así como el testimonio de Yamila Pereira, una enfermera que se moviliza por distintos pueblos como vacunadora, algo que define como: “un lindo camino para recordar”.

Vacunarse cuanto antes

Ana León llegó al vacunatorio de Mal Abrigo, una localidad en el departamento de San José, a las 8.15 de la mañana, 45 minutos antes de la hora de inicio de la vacunación. Fue en ómnibus desde San José de Mayo, la capital departamental, ubicada a 35 kilómetros. “Yo cuido personas mayores, tengo que estar vacunada para ir a cuidarlas. No dudé nunca en vacunarme, hasta eso, me vine a Mal Abrigo”, cuenta. Ana tuvo coronavirus en enero. Ansiosa por asegurarse de que no le volviera a pasar, viajó a otra localidad para vacunarse antes del turno que habría conseguido en su ciudad. Un frío sábado de julio recibió la segunda dosis.

Lo peor de la COVID-19 fue haber tenido que estar 14 días sola, dice. Sin embargo, se sintió rodeada de vecinos y familiares: “los vecinos de al lado, uno de cada lado, habían tenido COVID y me iban mandando mensajes y cosas o pasaban a decirme ‘vecina venimos a buscar el tarro de la basura’, ‘vecina le traemos las cosas del supermercado’”.

Ana hizo fiebre un solo día, lo peor fue el cansancio, asegura. “Pasaba mucho tiempo acostada porque le hacía caso al cuerpo que no me pedía nada de andar y por la tarde me levantaba y salía al patio”, cuenta. “Yo no tenía problemas respiratorios, tenía que dormir con las ventanas abiertas y el ventilador prendido, pero igual sentía que el aire me faltaba”.

Se sintió peor después de que le dieron el alta: “quedás agotada, sin fuerza alguna y empezás despacito a recuperar la fuerza; me llevó como dos meses y me afectó mucho también la mente, mucho dolor de cabeza, olvidarme de las cosas, el olfato hasta el día de hoy no lo he recuperado totalmente”.
 

Ana considera que trasladarse a otra localidad para vacunarse cuanto antes es mostrar interés y “hacer un bien”. “Vacunarte es quererte, preocuparte por vos”, concluye.

 

 

El tambo no para, la vacunación tampoco

Gilberto Borges recibe a mediados de julio su primera dosis en Mal Abrigo. Se había anotado para recibirla meses antes, pero tuvo que cancelarla porque mientras esperaba el turno, contrajo COVID-19. Vive en el campo con su esposa, su hijo y su nuera. Todos tuvieron coronavirus, pero él fue el más afectado. Cuenta que tuvo “una fiebre imponente” durante seis días en los que no hacía más que tomar agua, pero rescata que pudo superarlo en su propia casa, con el seguimiento de una médica que lo llamaba por teléfono todos los días para saber cómo estaba.

La familia Borges tiene un tambo y se dedica a la elaboración de quesos. Abatido por un cansancio que al principio no lo dejaba levantarse de la cama, Gilberto delega hasta ahora sus tareas en el tambo. “Desde que me dio el coronavirus no he ido a hacer quesos de vuelta, estoy con licencia médica. Uno nota que se cansa mucho más pronto”, lamenta. Gilberto ordeña vacas desde los once años. Para él y su familia no hay licencia ni feriado que valga: “las vacas no entienden nada de eso, hay que hacerlo igual, el campo se hace siempre”, sostiene.

 

“La vacuna es una tranquilidad”, considera y afirma que le tiene “una fe bárbara”. Gilberto pide “que se vacune toda la gente. Pienso que va a ser lo más importante para eliminar el virus. Esa es la esperanza que tenemos todos”.

 

 

Vacunar, contener e informar

“Estamos todos haciendo historia, algo para recordar, es una muy linda experiencia de la que te llevás muchas cosas. Cada pueblo tiene su magia”, sostiene Yamila Pereira, una enfermera que trabaja en un centro de atención para personas con problemas de salud mental en el departamento de San José y que participa como vacunadora en la campaña de vacunación contra la COVID-19.

Así fue como Yamila llegó a vacunar a Estación González, una localidad ubicada a 20 kilómetros de la capital departamental. Esta enfermera destaca la decisión que trasladó los vacunatorios a los pueblos alejados, cerca de las personas, para no dejar a nadie atrás: “hay mucha gente no tiene la movilidad, que no puede ir a un vacunatorio de una ciudad”, dice, y agrega que esta solución permite “que la gente que tiene menos recursos se pueda acercar”.

La joven destaca un punto en común entre su tarea en el cuidado de personas en situación de dependencia y la vacunación: “poder ayudar a la gente”. “Acá también contenemos a las personas, cuando vienen a vacunarse y están con miedo, o a veces tienen alguna situación fea o lo que sea, siempre los contenemos”.
 

Entre otras cosas, Yamila tiene que lidiar con la desinformación. “Hay gente que llega contenta y otra llega dudando si se va a vacunar, porque le da un poco de miedo. Viste que a veces dicen muchas cosas y la gente como que se aterroriza, entonces siempre tratamos de dar lo mejor y de darle para adelante”, afirma.