27 de abril de 2022 - La lucha contra la COVID-19 y la desinformación en la región amazónica de Ecuador es un trabajo cotidiano para Indira Vargas, una mujer kichwa de 30 años. "Inty", como le dicen, ha trabajado como voluntaria en una radio comunitaria durante la pandemia. Su tarea es comunicar la importancia de la vacunación contra la COVID-19 a 11 comunidades indígenas que habitan en zonas remotas, algunas a días de viaje en lancha de cualquier centro de salud.
"Tener una frecuencia de FM en nuestra lengua kichwa fue realmente un sueño hecho realidad", dice Vargas sobre la espera de décadas para establecer una emisora de radio que llegue a cientos de comunidades dispersas en la provincia de Pastaza, situada en los bosques tropicales del noreste de Ecuador.
Cuando la COVID-19 llegó a la zona, la necesidad de alcanzar a estas comunidades con información sanitaria precisa se hizo aún más importante. Hasta la actualidad, la enfermedad causada por el virus del SARS-CoV-2 ha dejado al menos 35.500 muertes en el país de 17 millones de habitantes y 2,7 millones de facllecidos en las Américas, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud.
Hoy día, más del 70% de los 80.000 habitantes de Pastaza han sido vacunados contra la COVID-19, según el Ministerio de Salud de Ecuador. Lograr esta elevada tasa de vacunación fue posible gracias a la colaboración de los trabajadores sanitarios, quienes recorrieron la región administrando las vacunas, y a esfuerzos como el de esta radio comunitaria, que contó con el apoyo de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), gracias a recursos del Fondo de Respuesta Solidaria a la COVID-19, para activar su respuesta a la emergencia de salud pública.
"La Voz de la Confeniae", acrónimo de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana, comenzó a emitir en línea en mayo de 2019 y a través de la radio FM en agosto de 2020, aunque sus orígenes se remontan a hace 40 años. Antes de ganar la tan esperada licitación, durante décadas pagó a emisoras comerciales para que transmitiera su programación. Su licencia de operaciones se concedió finalmente en septiembre de 2021.
"Enfrentarse a una emergencia de salud pública como ésta, con una comunicación poco frecuente, fue un gran desafio", dice Andrés Tapia, un biólogo de 38 años convertido en productor de radio y quien dirige la emisora con el apoyo de otros 11 voluntarios. El equipo depende de la recopilación de noticias de hasta 25 "comunicadores comunitarios" —conocidos como “lanceros digitales” — quienes informan desde lugares remotos.
"Otro reto importante fue que nunca habíamos vivido una pandemia, por lo que aprendimos y comunicamos los síntomas y las mejores medidas preventivas sobre la marcha", recuerda un entusiasta Tapia sobre los primeros días de la pandemia, cuando dirigía a sus colegas para producir noticias prácticas con consejos para combatir la COVID-19. Más adelante, sus mensajes en español, kichwa amazónico, shuar y achuar serían replicados gratuitamente por emisoras de radio comerciales.
Pero se necesitaba más para frenar la propagación de la COVID-19, especialmente en las comunidades más aisladas y vulnerables que no tenían forma de comunicar el surgimiento de nuevos casos. Gracias a la OPS y al apoyo financiero del Fondo de Respuesta Solidaria a la COVID-19, Tapia pudo adquirir 50 radios HM, dispositivos de onda corta que funcionan como walkie-talkies.
Gaba Guiquita, un joven de 33 años de la nación waorani y técnico de equipos eléctricos, recibió una formación especial para instalar varias de estas unidades "para familias aisladas que no podían ni siquiera salir de casa para comprar jabón o que tenían COVID-19 y no tenían forma de avisar a su comunidad vecina", explica.
Esta tecnología fue una forma novedosa de frenar los brotes en lugares donde los servicios sanitarios son extremadamente limitados y en general poco preparados para las emergencias. Desde entonces, las radios han ayudado a hacer frente a otros accidentes, como árboles caídos y picaduras letales de serpientes.
Pero los retos y los éxitos de esa fase inicial de la pandemia no fueron más que un calentamiento para lo que estaba por llegar: la introducción de las vacunas contra la COVID-19 en agosto de 2021. Tapia y su equipo se enfrentaron de repente a un tsunami de rumores, desconfianza y desinformación a través de medios de comunicación convencionales y digitales.
La gente no quería vacunarse, decían que temían morir en dos años, que las mujeres quedarían estériles o que las vacunas estaban hechas para matar a los abuelos. Había mucho rechazo", recuerda Indira Vargas.
Fue entonces cuando Vargas y el resto del equipo, en coordinación con la OPS, trabajaron en la producción de cuñas radiofónicas centradas en la concienciación, con algunos mensajes clave: las vacunas son seguras, aceptarlas no es obligatorio y la decisión de vacunarse es individual, no colectiva.
El fuerte rechazo a la vacuna fue muy similar en otras partes de la Amazonía, donde la OPS ha trabajado en la prevención de la COVID-19 a través de diálogos interculturales, fomentando puentes de conocimiento entre la medicina tradicional amazónica y la medicina occidental, y colaborando estrechamente con líderes comunitarios para mejorar la comprensión y aceptación de la vacuna.
En Colombia, donde el número de muertos por COVID-19 asciende a 139.000, de una población de 50 millones, la realización de campañas de vacunación planteó retos similares, como llevar las vacunas durante días a través del denso bosque tropical. Al igual que en muchas partes de la Amazonía, las comunidades de esta zona son especialmente vulnerables al impacto del virus debido a su ubicación remota y el difícil acceso a la atención sanitaria.
La Dra. Ivy Talavera, asesora de vacunación de la OPS, participó en brigadas “puerta a puerta” en diferentes comunidades, en un esfuerzo por conseguir que más personas se inmunizaran. "Muchas veces, si no se les da una explicación sobre cuál es el beneficio de las vacunas, no lo conocen, no lo interpretan y es más difícil que lo acepten. Por lo tanto, el plan de vacunación a nivel territorial debe tener un componente de comunicación", explica.
Para concienciar sobre la seguridad de las vacunas y luchar contra la desinformación, la oficina de la OPS en Colombia puso en marcha una estrategia de participación comunitaria con líderes de nueve pueblos indígenas de cuatro provincias. Después de tender puentes para comprender mejor sus tradiciones y perspectivas locales, se compartió con las comunidades los beneficios de vacunarse, en línea con su cosmovisión y en sus idiomas locales.
La estrategia ha contribuido a aumentar las tasas de vacunación entre las comunidades amazónicas y se está reproduciendo en otras regiones del país.
"La vacuna es buena para sostener nuestra salud, porque la salud es lo que vale más", dijo Alberto Pereira Cuello, médico tradicional del pueblo Paucara de Perú, quien vive en Colombia y asistió a una de las campañas de vacunación en Puerto Nariño, departamento de Amazonas.
De vuelta en Ecuador, Tapia reflexiona sobre el duro impacto de la pandemia, especialmente la pérdida de vidas. Frente a tiempos tan duros, las comunidades se hicieron más fuertes, se organizaron mejor y se conectaron más. "La COVID-19 nos planteó un reto tras otro, incluidas las brechas culturales y de comunicación, pero cada reto se convirtió en una oportunidad", concluye.
La OPS trabaja con autoridades de salud, gobiernos locales y comunidades para promover el acceso equitativo a las vacunas de COVID-19 en toda América. Con fondos del Gobierno de Canadá y otros socios claves, la OPS apoya proyectos e intervenciones para llevar las vacunas a pueblos indígenas, migrantes, comunidades de difícil acceso y otras poblaciones en situación de vulnerabilidad, a la vez que aumenta las capacidades de los sistemas de salud locales y combate la infodemia.