Tras un proceso de concertación con autoridades y líderes de los pueblos indígenas Uitoto, Bora, Okaina y Muinane, la Organización Panamericana de la Salud inicia una intervención para incrementar los servicios de salud durante emergencias complejas, fortalecer la vigilancia con base comunitaria e implementar acciones pedagógicas con enfoque étnico para lograr la prevención de la COVID-19, con énfasis en vacunación, en los poblados amazónicos de La Chorrera, Puerto Arica y Tarapacá.
Amazonas, 25 de junio de 2021
Agobiados por la pandemia, las autoridades y sabedores de 22 cabildos de los pueblos indígenas Uitoto, Bora, Okaina y Muinane, que hacen parte de la Asociación Zonal Indígena de Cabildos y Autoridades Tradicionales de la Chorrera (Azicatch), en cada uno de sus pueblos se reunieron en rituales de armonización para encontrar en la medicina tradicional remedios capaces de apaciguar la COVID-19. Para aquel entonces, la enfermedad traída por los vientos del exterior había llegado a los confines de la Amazonía colombiana y en el área no municipalizada de La Chorrera había apagado el ‘aire de vida’ de seis adultos mayores.
En las noches, como hijos del tabaco, de la coca y de la yuca dulce, en el sagrado espacio de la maloca, sabedoras, sabedores y oidores invocaron a los espíritus de la sabiduría y la iluminación, a través de oraciones y bailes a los compaces de los sonidos de chaquiras y sonajeros, para encontrar las causas de la enfermedad. Y tuvieron encuentros marcados por el diálogo, en el que intercambiaron conocimientos ancestrales para encontrar en plantas, cortezas y bejucos, bebidas y vaporizantes capaces de dominar la enfermedad, definida como reik+, candela en lengua Uitoto.
Ocurría lo mismo en otras latitudes. Las mentes más brillantes del mundo se congregaban en centros de investigación, laboratorios y universidades para encontrar en la ciencia y la medicina recomendaciones para evitar la propagación del virus, así como tratamientos y vacunas capaces de salvar vidas.
Y fue así, con medicina tradicional, con la incorporación de algunas medidas como el uso del tapabocas y el lavado de manos, y con la restricción de vuelos nacionales a esta zona del país como lograron desterrar, por un tiempo, la muerte por COVID-19 en este territorio.
La primera ola
Antes, un poco antes, el rigor de la pandemia les dio lecciones profundas. La COVID-19 no distingue fronteras, ni razas, y las selvas amazónicas también fueron testigos de la tragedia. Como a muchos en Colombia, Rosa Inés Herrera y su esposo se contagiaron de la COVID-19 en una fiesta y propagaron el virus a cinco miembros de la familia. El padre de Rosa fue uno de los seis adultos mayores que perdieron el ‘aire de vida’.
Algunos soportaron el rigor de la enfermedad en voz baja, recibiendo cuidados de familiares y amigos, encomendando la vida a las medicinas ancestrales y a la fortaleza espiritual que para algunos les exige el hecho de ser líderes de la comunidad. Otros sintieron los síntomas de la COVID-19 sin la certeza de saber si habían sido contagiados.
Además de la resistencia a hacerse la prueba diagnóstica por miedo a adquirir el virus, no fue posible hacer tamizajes con PCR, ya que el centro de salud de La Chorrera no cuenta con neveras y químicos para poderlas procesar y, desde el primer pico de la pandemia, se hizo cada vez más difícil enviarlas a la capital del departamento. Incluso, algunas pruebas de antígenos se dañaron al no poder conservar las temperaturas adecuadas.
Con el invierno, llegaron las inundaciones y la proliferación de zancudos, malos olores y problemas de salud por enfermedades diarreas agudas, infecciones respiratorias agudas y enfermedades dermatológicas, que pusieron más presión al frágil sistema de salud del territorio. Los indígenas con COVID-19 optaron por no ir al centro de salud ni permitieron ser remitidos al Hospital de Leticia, en la capital del departamento, pues se extendió la creencia que eso significaba ir a morir lejos de casa.
Según un Uitoto que prefiere mantenerse en el anonimato, las soluciones encontradas por la ciencia son motivadas por el interés en el dinero y no por la curación de las personas. Además, asegura, no cuentan con el permiso de la naturaleza y sus guardianes para salvar vidas, a pesar de que lo hecho por humanos también está iluminado por lo divino.
Cooperar para preservar la vida
Pasaron los meses sin que en estas selvas amazónicas ocurrieran más duelos por COVID-19, pero eso no impidió que el miedo siguiera recorriendo el territorio. Desde el principio las sabedoras y sabedores entendieron que el virus iba a quedarse para siempre, debían aprender a vivir con él y no bajar la guardia.
En pleno solsticio de verano del 2021, La Chorrera da cuenta de la séptima víctima de la pandemia. Se trata del líder Jesús Teteye, quien contrajo el virus en un viaje a Bogotá. Al regresar al Amazonas, convencido de la sabiduría propia, decidió cargar solo con la enfermedad. No quiso purificarse en su territorio, no aceptó la medicina ancestral y se resistió a recibir atención en el centro de salud.
La apatía a los tratamientos y a las medidas de prevención, incluyendo la vacunación, es común en los pueblos indígenas de toda la Amazonía, incluyendo también a las comunidades aborígenes en Perú y Ecuador. “Preservar la vida indígena motivó al gobierno de Colombia a donar recursos a la Comunidad Andina de Naciones para promover la inmunización contra la COVID-19 y salvar vidas, a través de acciones cooperación técnica de la Organización Panamericana de la Salud”, explica la doctora Gina Tambini, representante de la OPS/OMS en Colombia.
Como reza la tradición, luego de un complejo proceso de concertación con las autoridades indígenas de los cuatro pueblos, se estableció el ingreso de las misiones humanitarias de la Organización y la realización de una serie de capacitaciones en vigilancia en salud pública con base comunitaria y talleres en primer respondiente, primeros auxilios psicológicos y comunicación del riesgo, para que la población adquiera habilidades para la atención de emergencias, para la protección de la salud mental y para la pedagogía para la prevención contra la COVID-19 con adecuación cultural. El objetico es que los 2.500 habitantes que están en el territorio puedan tomar decisiones bien informadas que les permita salvar sus vidas.
Uno de ellos es Damián Funoratofe Dokoe quien después de haber sufrido la COVID-19, y sentir la fragilidad de la existencia, entendió que su gran misión es ser un buen papá, lo que significa cuidarse de la enfermedad y proteger a sus seres queridos. Y una de esas maneras es inmunizarse. Por eso, apenas llegue la vacuna, sin dudarlo dos veces, le pondrá el hombro para tener un ‘aire de vida’ y así poder envejecer junto a sus descendientes. Este es el mismo objetivo de la OPS, organización que trabaja por la salud universal para que nadie se quede atrás.