Montevideo, 17 de mayo de 2021 (CLAP/OPS) ‒ “Viví el parto como un momento muy extremo, es un instante único y borde debido al dolor, el cuerpo que se abre, y luego se asoma la cabeza y el bebé se desliza como un jabón”, recuerda la uruguaya Tamara Cubas sobre la experiencia del nacimiento de sus dos hijos. Pedro nació en 2006 y Julia en 2011, ambos en un centro de salud de Montevideo.
Tamara prefirió tenerlos sin anestesia, aunque cuenta que, en el momento mismo del parto, entre los gritos de dolor, pedía la anestesia epidural. Pero ya no hubo tiempo, el bebé se hizo camino al mundo.
“Me acuerdo de que en el parto de mi hija Julia me desmayé de dolor y la ginecóloga me daba bofetadas para que despertara. La médica me ayudó muchísimo, entendí que las dos estábamos juntas en esa pelea”. Cuenta que se sintió segura en la maternidad y con el equipo que la asistía. “Confié en mi ginecóloga y en el sistema de salud. No digo que no haya problemas, pero he tenido una buena experiencia”, asegura.
Tamara se siente afortunada porque entiende que tener una madre médica jugó a su favor; ella le brindó apoyo e información durante los embarazos. “En el parto conté con una red de contención que hizo que me enfocara en lo importante”, enfatiza, y dice que siempre entendió el embarazo y el parto “no como una suspensión de la vida, sino como una parte”.
Para todas las mujeres, el embarazo y el parto son acontecimientos muy significativos con un impacto no solo en su propia vida, sino en la de sus familias. “Ese momento tan especial merece ser vivido con alegría y seguridad. La mujer desea el hijo, lo espera con emoción y es justo que transite este acontecimiento con respeto”, sostiene Suzanne Serruya, directora del Centro Latinoamericano de Perinatología (CLAP) de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Serruya explica que es a partir del reconocimiento de la asimetría en la relación médico-paciente que surge la necesidad de hablar del trato materno respetuoso: “Es necesario recuperar un equilibrio en el que la mujer sea el centro del parto y el médico acompañe, que le dé seguridad a la mujer y su hijo, para que no tengan ningún inconveniente, y que la mujer lo viva en un ambiente de confianza y afecto.”
El (mal) trato materno en la región
No todas las mujeres tienen la misma suerte que Tamara: según un estudio publicado por la OPS/OMS en 2019, el 43% de las embarazadas ha tenido experiencias de trato irrespetuoso y ofensivo durante el parto en centros de salud de América Latina. El problema es de tal magnitud a nivel mundial que en 2014 la Organización Mundial de la Salud (OMS) redactó la declaración por la Prevención y erradicación de la falta de respeto y el maltrato durante la atención del parto en centros de salud, que advierte que “todas las mujeres tienen derecho a recibir el más alto nivel de cuidados en salud, que incluye el derecho a una atención digna y respetuosa en el embarazo y en el parto, y el derecho a no sufrir violencia ni discriminación”.
En esta línea, el documento puntualiza una serie de medidas, que van desde un mayor respaldo de los gobiernos a investigaciones y acciones sobre el tema, hasta implementar programas para mejorar la calidad de la atención de la salud materna, pasando por enfatizar el derecho de la mujer a recibir una atención de salud digna y respetuosa en el embarazo y el parto, o la necesidad generar datos relacionados con las prácticas de atención respetuosa.
El CLAP de la OPS trabaja para que “se reconozca el derecho a las mujeres a su parto, porque el parto es de las mujeres y sus familias, el parto tiene que ser culturalmente adaptado y se debe reconocer el papel protagónico de la mujer. El CLAP capacita a los médicos para que conozcan las mejores evidencias disponibles y para sensibilizarlos, con el fin de que el parto sea una experiencia positiva”, destaca Serruya.
Acompañamiento en el parto, una conquista reciente
María Souza, madre de Tamara, también recuerda sus dos partos como buenos momentos. Tamara nació en Montevideo un día de huelga general, el 9 de noviembre de 1972. María tenía 25 años.
El trabajo de parto fue durante la noche anterior, “rompí bolsa y el ginecólogo me dijo que, si no sentía dolor, me quedara tranquila”, rememora. El temor de María era no conseguir un taxi, así que decidió pedir a un vecino, el único que tenía auto en su calle, que la llevara a ella y a su marido hasta el centro de salud, la misma maternidad donde Tamara tendría a sus hijos años más tarde.
“Al llegar, empecé con los dolores. Durante el trabajo de parto, el ginecólogo me dijo que debía usar fórceps. Yo confiaba en el médico, estaba tranquila”. Recuerda que quedó agotada, que descansó 10 minutos, tomó a la bebé en brazos y se fue caminando hasta su habitación, feliz de haber traído al mundo a una niña sana. Le dejaron a la bebé consigo, algo que hace cuatro décadas no era habitual. En ese entonces, los recién nacidos eran llevados a las madres tiempo después y, por las noches, solían quedarse a cargo de las enfermeras en otra sala.
El segundo parto de María fue cuatro años más tarde y en La Habana, Cuba, donde tuvieron que inducirle el parto porque la bebé mostraba sufrimiento fetal. Pero todo salió bien. En ninguno de los dos partos el padre de sus hijas estuvo presente porque en aquella época no estaba permitido el acceso de un acompañante. Como en otros países de la región, a partir de la década de 2000 esa normativa comenzó a cambiar. En Uruguay es ley desde 2001 y todas las instituciones de salud, públicas y privadas, deben informar a las embarazadas sobre el derecho a ser acompañadas por una persona de su elección durante el trabajo de parto, el parto y el nacimiento.
A donde María sí estuvo acompañada de su marido fue en los cursos de “parto sin temor”, una propuesta novedosa en aquella época donde le enseñaron a respirar y la forma en que debía hacer fuerza durante el trabajo de parto. Tan inusuales eran esos talleres que la madre de María, Irma Silveira, comentaba con extrañeza sobre el curso que había hecho su hija.
Parir en los años 40
Irma, madre de María y abuela de Tamara, cumple 99 este año. En 1940, a los 18 años, tuvo a su primer hijo. En esa época la razón de la mortalidad materna en Uruguay era 265,8 mujeres por cada 100.000 niños nacidos vivos, a diferencia de las 13,3 muertes cada cien mil nacidos vivos de la actualidad, según estadísticas del Ministerio de Salud Pública.
En el período que Irma tuvo a sus hijos, no solo no había cursos para ello, sino que parió a sus cinco hijos en la casa: cuatro en la zona rural de Artigas y uno en Rivera, departamentos ubicados al norte del Uruguay, en la frontera con Brasil. No tenía otra opción: el acceso a los centros de salud era limitado para personas que residían en áreas menos pobladas.
Confiesa que esa seguidilla de hijos se debió a que en aquellos tiempos no había métodos anticonceptivos. Recuerda que en su primer parto la ayudó un médico amigo de la familia, pero en los cuatro siguientes, la asistió Chapiña, la mujer de ese médico, quien tenía experiencia asistiendo a las embarazadas en esos momentos. Su hija y su nieta pudieron, en cambio, tuvieron la oportunidad años más tarde de ser asistidas en un centro de salud, con profesionales y equipos a disposición en caso de eventuales emergencias.
Irma no sintió nunca miedo de parir, lo concebía como algo natural. Algo que también entienden su hija y su nieta, aunque en épocas distintas.
Trato respetuoso aún durante la pandemia
En el contexto de la pandemia por COVID 19, la OPS/OMS sigue insistiendo en las recomendaciones del trato respetuoso durante el parto.
Estas recomendaciones incluyen:
- Derecho a un acompañante durante el parto,
- permitir a las mujeres decidir sobre los métodos para aliviar el dolor (ya sea aceptar o rechazar el uso de la epidural y, si la desean, en qué momento),
- asegurar un cuidado respetuoso,
- garantizar una buena comunicación entre la mujer y el equipo médico,
- y respetar la privacidad y confidencialidad de la mujer y el recién nacido.