Montevideo, Uruguay, agosto 2019
“Yo sufría una depresión muy profunda”, cuenta Álvaro García, de 60 años. Estaba en tratamiento con una psicóloga y una psiquiatra, y en 2017 la psicóloga le propuso participar de la Huerta Los Compañeros, un dispositivo de inclusión socioproductiva que funciona desde ese año en el Parque Tecnológico Industrial del Cerro (PTI-C) de Montevideo, Uruguay. Trabajar en la huerta era algo que le apasionaba desde niño, cuando en su casa sembraban vegetales para el consumo familiar. Álvaro nació y creció en el Cerro, es el quinto hijo de una familia muy pobre y cuando estaba en sexto año, tuvo que dejar la escuela para repartir pan, en bicicleta. Jugaba al fútbol, pero la mayor parte de su adolescencia tuvo que ayudar a su familia, su padre falleció por aquellos años. Luego hizo tareas de carga y descarga en una fábrica de pescado y en el puerto; trabajó 15 años en un lavadero y después aprendió a techar, actividad que continuó aunque debió disminuir en los últimos años por motivos de salud. Nunca vivió en pareja; vive con su hermana, quien recibe una ayuda económica desde que murió su padre.
“Álvaro se encontraba replegado en su hogar, pero al llegar aquí empieza a conectar con sus propios intereses y potencial, como la huerta”, explica la psicóloga Lorena Noya, coordinadora del dispositivo e integrante del equipo de Salud Mental de la policlínica Maracaná Sur, creador el proyecto.
Este hombre describe la iniciativa como “huerta terapia, porque venir a plantar, a conversar con otras personas me ayudó muchísimo, más allá de la medicación y las terapias con la psicóloga”, relata. Cuenta que ha superado varios problemas: no sabía decir que no ni trabajar los enojos. “Si yo me enojaba contigo, en vez de decírtelo, lejos de ti, yo te agredía física y verbalmente, era una violencia imaginaria, tú nunca te enterabas”, confiesa. También tenía miedo de estar con alguien a solas, así como con muchas personas. “Yo no podía pararme ante un grupo de gente y decir ‘buenos días’ y que esas personas me miraran como diciendo ‘¿y este qué estará diciendo?’”. El primer paso para abandonar esa idea lo dio con Noya: hubo una charla con un grupo de referentes de salud mental de Argentina y autoridades del PTI-C y la psicóloga le pidió que hablara. Con la confianza que recibía, decidió ir, pero no pensaba decir más que su nombre y de dónde era. “Cuando me dieron el micrófono lo primero que hicieron fue enfocarse en mí, era gente importante, me miraron”, relata, y se acuerda que su parlamento fue más largo y atractivo de lo que pensaba. “Actualmente, Álvaro es uno de los referentes de la radio comunitaria que también funciona en el Parque, se ha integrado al espacio de cultura corporal y a la organización de usuarios de salud de la zona”, narra Noya.
Las personas que llegan al proyecto son derivadas por servicios de salud mental y organizaciones de la zona; tienen que ser mayores de 15 años, querer involucrarse en una o varias propuestas y funcionar de manera adaptativa a la propuesta. El equipo profesional es interdisciplinario y se reúne tres veces por semana para evaluar y coordinar. Los participantes cuentan con un espacio de expresión emocional; los sucesos traumáticos no son abordados allí, se trasladan a una consulta individual. Reunidos en asamblea, participantes y técnicos coordinan tareas de la huerta. Álvaro aboga por la necesidad de que la huerta genere ingresos económicos para que se mantenga en el tiempo y le dé una oportunidad laboral a quienes la trabajan.
Cero internaciones
“En estos dos años no han habido internaciones, hay un incremento sustancial en la integración en espacios académicos, culturales, redes, y una mejoría en el humor; los ves más contentos, porque vienen construyendo proyectos de vida desde lo que realmente desean”, plantea Noya. Subraya que el dispositivo no trabaja “desde una perspectiva asistencialista y muchas veces infantilizante de la persona con padecimiento psíquico, sino mirándola en toda su potencialidad”, en sintonía con la Ley de Salud Mental aprobada en 2017.
Las familias participan de algunas actividades, pero no desde el lado de una consulta profesional, sino desde lo humano, compartiendo situaciones lindas unos con otros. Noya dice que los técnicos también están “más consustanciados” con lo que viven los participantes y trabajan “desde un vínculo mucho más próximo que a veces no se da escritorio mediante”.
María Astengo, abuela de Gabriel Busquets, un joven de 22 años con padecimiento mental, valora la mejoría de su nieto. Dice que “antes era una persona muy aislada”. Gabriel relata que en el espacio hace “un poco de todo”, pero que lo que más le gusta es informática. Además, participa en paseos, ferias y marchas grupales. Anuncia que viajará a Santa Fe (Argentina), ya que el modelo de reforma de salud mental de esa provincia es de referencia para el proyecto. Gabriel sabe que el viaje dura 12 horas. “Estoy pronto para eso, cuando quieras arrancamos”, desafía.
Alvaro, por su parte, ha aprendido a vivir con su depresión y reconoce: “el proyecto cambió mi vida y la de muchos compañeros que han tenido el mismo problema que yo, o parecido”.
Esta experiencia fue una de las identificadas como una “muy buena práctica” de resolución de problemas en el primer nivel de atención, en un concurso que organizaron en 2018 el Ministerio de Salud Pública de Uruguay y la Organización Panamericana de la Salud (OPS).