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Colombia: así impactó la COVID-19 al pueblo indígena Misak

 

 

 

 

 

 

 

 

Al igual que en todo territorio colombiano, la COVID-19 golpeó la salud y los medios de vida del pueblo indígena Misak, que habita en el suroccidente del país. Y a pesar de sus impactos y consecuencias, los cerca de 14.000 habitantes del cabildo de Guambía han combatido a la enfermedad a partir de su medicina ancestral y de la conexión con su territorio, en complementariedad con las medidas de bioseguridad sugeridas por la OPS/OMS y el Ministerio de Salud de Colombia.

El rumor llegó a mediados de abril de 2020. Un rumor que se tornaba realidad. El primer caso positivo de COVID-19 se registraba en el cabildo de Guambía, municipio de Silvia, Cauca, suroccidente de Colombia. La incertidumbre reinaba entre los Misak, uno de los 106 pueblos indígenas que habitan en el territorio colombiano, según la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). Había confusión, había miedo. Y aunque las autoridades indígenas Misak realizaron campañas de información en sus emisoras comunitarias, en su lengua, sobre qué era la COVID-19 y qué síntomas se presentaban, para el médico tradicional Misak, el taita Luis Felipe Muelas, había una explicación: el planeta, la madre tierra, estaba en desarmonía. Y eso, cuenta, había sido una razón para entender por qué esta enfermedad había llegado al mundo, a Colombia, y a su territorio.

“Nos sentamos varios médicos para empezar a sentir la energía, el espíritu de la pandemia, y logramos capturarlo. A veces venía en forma de una candelilla, o venía en la nube. Cada enfermedad que llega tiene un espíritu negativo”, dice Muelas desde la huerta —yatul para los Misak, — de la Casa de las Plantas, lugar que cultiva y procesa cerca de 180 plantas para su medicina tradicional, y se encuentra ubicado en la vereda Sierra Morena del municipio de Silvia.

Es miércoles 14 de abril de 2021. El reloj marca las nueve de la mañana. La temperatura no supera los 10 grados. La brisa golpea y de un cielo grisáceo se desprenden gotas que saludan a las plantas frías, a las plantas calientes, a las plantas ancestrales, a las plantas medicinales, y a los cuerpos de los Misak. Junto a Luis Felipe se encuentra Leidy Ximena Hurtado, también médica Misak.

“Hicimos varios rituales de armonización desde la espiritualidad y la conexión con el territorio, para minimizar ese riesgo que había. Porque para nosotros la salud es un todo: es entender el territorio, es estar conectado con el universo, y por eso se trata de manera integral y no por separado y de forma selectiva, como lo hace la medicina occidental”, dice Leidy.

Sin embargo, cuenta Leidy, aún con la sabiduría ancestral y a pesar de las recomendaciones de bioseguridad que llegaron a su comunidad desde el Ministerio de Salud y la OPS/OMS, había un miedo mayor: desde la medicina occidental no había ningún medicamento para combatir la enfermedad.

 

Hombre pueblo Misak
Vegetación

La pandemia y la comunidad

El territorio Misak cuenta con 17.500 hectáreas, según el Taita Luis Felipe. La mayor parte de este está compuesto por el páramo donde, dice, están los ojos del agua, están las lagunas, está el oxígeno y está la medicina. “Vivimos 14.000 Misak en el resguardo de Guambía, pero a nivel del territorio colombiano estamos ubicados en siete departamentos. En total somos 30.000 Misak, repartidos en resguardos, en territorios propios, y colectivos”.

A este extenso territorio la pandemia golpeó sin pudor y generó impactos en la salud de los Misak, pero también a nivel sociocultural, como lo recuerda Leidy. “Muchas cosas que hacemos nosotros son de participación comunitaria. Y una de las prohibiciones a raíz de la pandemia era la reunión o aglomeración. Entonces, ese fue un primer impacto para la autoridad ancestral: cómo hacer estrategias sin llegar a afectar a toda la comunidad”.

Cuenta Leidy que ese primer impacto, esa incertidumbre a lo desconocido, se logró superar con las estrategias desde la autoridad, con el control territorial —prohibiendo la entrada de personas ajenas a su territorio y la salida de comuneros indígenas durante casi tres meses—, y con las medidas de prevención frente a la COVID-19 que recibieron desde el Ministerio de Salud y la OPS/OMS, sumadas a las propias, a base de plantas ancestrales y medicinales, que es como una complementariedad, dice ella, de occidente.

Mujer Misak
Mujer trabaja los campos
Vivienda Misak

Basados en su conocimiento natural y en su relación espiritual con las plantas medicinales que cultivan en su territorio, los Misak previnieron y combatieron el COVID-19 en su comunidad. La primera medida, dice el Taita Luis Felipe, fue tomarlas: “Dependiendo de los síntomas y la energía de una persona, utilizamos plantas como el eucalipto, el pino, la mora de castilla, la hierbabuena, el tomillo, el orégano, la cúrcuma, el palo de la noche, clavos y canela. Todo ese conjunto de plantas las hervimos y las hacemos tomar en jarabe con miel de abejas. La persona las toma cada dos horas durante el día, luego se acuesta y al otro día amanece recuperada su energía vital. Con eso empezamos a controlar a la comunidad”.

También realizaron, como segunda medida, sahumerios colectivos en sus casas, en sus cocinas, en sus yatules.”Usamos alrededor de 25 plantas e hicimos sahumerios. Nuestro territorio estaba lleno de humo de plantas para ahuyentar el espíritu negativo del COVID-19”, dice Luis Felipe con cinco plantas en su mano derecha.Y agrega: “Los médicos tradicionales de la comunidad también subimos a los cerros a ahuyentar el espíritu negativo de la pandemia”.

La COVID-19, sin embargo, continuaba impactando y generando consecuencias en otros sectores del pueblo Misak como la economía. “A las 24 horas (luego de recibir la noticia del primer contagio de COVID-19 en la comunidad), hicimos el control territorial para que nuestra gente no saliera a las ciudades. Y eso nos causó una crisis económica. El Misak se caracteriza por vender productos agropecuarios, y a raíz de la pandemia muchos se perdieron: la fresa, la leche, la trucha”, recuerda el taita Luis Felipe.

La COVID-19 en el único centro hospitalario del pueblo Misak

A 10 minutos de Sierra Morena, en la vereda de Las Delicias, se encuentra el único centro hospitalario del cabildo de Guambía: la IPS Mamá Dominga. “Representa vida, salud y armonía para la comunidad”, dice Asención Velazco, Promotora de Salud y Gerente de Mamá Dominga. “Para nosotros la medicina propiamente se ha venido trabajando y la medicina convencional es solamente complementaria”.

Con la llegada de la COVID-19, sin embargo, Mamá Dominga era visto por los Misak como el principal foco de infección. Así lo recuerda Leidy y señala que en los primeros meses de confinamiento, el hospital tuvo que cerrar la consulta externa. “La IPS tuvo que hacer otra estrategia y era que los médicos fueran de visita de casa en casa, tanto de las personas mayores como de las madres gestantes, para poderles hacer su control. Lo mismo ocurría con los partos: las maternas buscaban más a las mamas parteras para que que las pudieran atender, porque les daba miedo ir al hospital”.

Sumado a esto, cuenta Leidy, desde la medicina complementaria occidental Mamá Dominga se vio limitada debido a las demoras administrativas que hubo para tomar las pruebas PCR, cuyos protocolos de manejo no tenían en cuenta su parte cultural. Por eso, dice, las personas preferían quedarse en casa, sin hacerse la prueba, lo que aumentaba los riesgos de transmisión comunitaria. “A los Misak no les gustan los procedimientos invasivos. Entonces, el hecho de ir a un laboratorio a que les saquen sangre, o que se introduzca algo en la nariz y se haga una prueba, es como una agresión a su cuerpo. Y a pesar de que Mamá Dominga es una IPS Indígena, las EPS solo autorizaban la toma de las pruebas de la manera en que se estableció para la población en general”.

Fue así como Mamá Dominga realizó en 2020 166 pruebas para detecar la COVID-10, las cuales arrojaron 68 personas contagiadas y tres fallecidas, teniendo en cuenta que los meses de septiembre y octubre de 2020 fueron los de mayor contagio, como lo recuerda la médico Leidy.

No obstante lo anterior, Asención dice que la llegada de la COVID-19 a Mamá Dominga también fue positiva para los Misak: “Fue positivo para el pensar y para la trayectoria que se viene trabajando desde la comunidad Misak, como comunidad indígena. La pandemia hizo que se retomara el tema de nuestra medicina propia. Y cuando empezamos a decir que teníamos que prevenirla, empezamos a utilizar nuestras plantas”.

De hecho, además de beberlas en jarabes y hacer sahumerios, la comunidad Misak también elaboró geles antibacteriales y jabones a base de plantas medicinales, para prevenir la COVID-19. “Cuando el cabildo decide hacer el control territorial, creamos geles y jabones antibacteriales basados, en un 70%, en destilado de plantas medicinales y 30% en alcohol industrial”, dice el Taita Luis Felipe. “Y también de afuera implementamos los tapabocas. Tocó apropiarnos de estos y empezar a convivir con la pandemia”.

Tejidos
Pueblo Misak arte

La pandemia en la escuela

Al igual que en sectores como la salud y la economía, la COVID-19 impactó al sector educativo del pueblo Misak y obligó hacer un plan de contingencia para docentes y estudiantes de la Institución Educativa Misak Mamá Manuela, también ubicada en la vereda Las Delicias y serpenteada por el río Piendamó. Así lo recuerda su rector, el tata Luis Felipe Calanbás. “No podíamos descuidar a nuestros estudiantes. Por eso, hicimos un plan de contingencia basado en el yatul (en la huerta) y alrededor de la casa. La pandemia cambió totalmente nuestra mentalidad”.

Fue así como su cuerpo docente y directivas de Mamá Manuela comenzaron a elaborar unas guías didácticas de aproximadamente 15 días de duración, y basadas en el quehacer diario de estudiantes, en su casa, en su huerta, con sus padres, sus hermanos, su núcleo familiar: “Afortunadamente cada director de grupo cuenta con el número de celular de sus estudiantes. Entonces, les llamaba para sondear: <<A ver, estudiante de sexto, ¿en qué lugar se encuentra en este momento? <<En casa, trabajando, deshierbando maíz con mi papá>>. Basado en eso, el profesor de matemáticas tiene que adaptarse y preguntar <<¿Cuándo fue sembrado el maíz? ¿A qué distancia lo sembró?>>, y así. Son cosas muy bonitas que se han presentado en medio de este suceso”, dice el rector.

Mamá Manuela
José Salomón Cuchillo, Alcalde Zonal de la Vereda El Pueblito.

Al respecto, el tata José Salomón Cuchillo, Alcalde Zonal de la Vereda El Pueblito, también en Guambía, señala que “Esto nos ha fortalecido más y queremos seguir fortaleciendo el proceso educativo de querer nuestra cultura, fortalecer nuestro yatul. No se puede separar la educación de la salud. Para nosotros es integral. Y en la educación, la idea es enseñar esto desde muy chiquitos y mantener más que todo nuestro legado milenario”.

Un legado, un conocimiento ancestral que, gracias a la pandemia, le ha permitido al pueblo Misak, al cabildo de Guambía, fortalecer lo suyo: “Nosotros los pueblos originarios, como somos tan espirituales, estábamos olvidando esa conexión con nuestra madre tierra. Y para nosotros esto, la enfermedad de la COVID-19 es una ganancia, porque volvimos a valorar nuestra medicina. Ese es el aprendizaje que nos dejó”, dice el tata Luis Felipe Muelas.