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El camino de Argentina para eliminar el paludismo

"¿En algún momento el niño tuvo chucho?” le preguntó, un día de 1987, Felipe Sánchez, agente sanitario de la ciudad Salvador Mazza, en Salta, a una madre con su hijo enfermo en brazos. La madre le dijo a Sánchez que había llevado a su hijo a distintos hospitales, pero que la fiebre persistía. Aunque llevaba poco tiempo como agente sanitario, Sánchez conocía los síntomas de la enfermedad. Ese año el brote de malaria en la zona “era impresionante”, recuerda. El niño dio positivo en la prueba, y ese mismo día el agente le llevó la medicación para iniciar el tratamiento.

— Salta/Jujuy, Argentina, 20 de mayo de 2019 —

Después de décadas de arduo trabajo para reducir los casos de esta enfermedad, a partir de 1970 Argentina estableció su propio camino para eliminar la malaria y dirigió sus esfuerzos a la región norte del país (Salta, Jujuy y Misiones), donde la carga de la enfermedad fue históricamente mayor.

El “chucho” es todavía hoy el nombre popular con que se conoce al paludismo o malaria.

Felipe Sanchez
Sanchez, casi 30 años después, desde una sala del hospital de Salvador Mazza antes de comenzar su recorrido.

“La madre estuvo agradecida toda la vida”, dice Sanchez, casi 30 años después desde una sala del hospital de Salvador Mazza antes de comenzar su recorrido.

Trabajos como el de Sánchez en su comunidad fueron los que llevaron a que Argentina reciba esta semana el certificado de país libre de malaria de la Organización Mundial de la Salud, y se convierta, en el segundo país de la región de las Américas en recibir esta certificación en los últimos 45 años.

Después de décadas de arduo trabajo para reducir los casos de esta enfermedad, a partir de 1970 Argentina estableció su propio camino para eliminar la malaria y dirigió sus esfuerzos a la región norte del país (Salta, Jujuy y Misiones), donde la carga de la enfermedad fue históricamente mayor.

En el noreste del país el brote de paludismo aparecía cuando los mosquitos llegaban con las crecidas de los ríos en Paraguay y Brasil, que en Argentina formaban esteros que propiciaban la reproducción del insecto.

Alta cobertura con rociado residual en interiores, diagnosticar la enfermedad mediante microscopía, iniciar investigaciones de casos para comprender dónde se encontraban las infecciones en curso, tratamiento de casos, vigilancia activa de malaria, y la colaboración entre países fronterizos fueron claves en este éxito.

Entre 2000 y 2011, Argentina trabajó con Bolivia en su lado de la frontera para rociar más de 22 000 hogares con insecticidas, diagnosticar y tratar casos. Durante este período, el número de casos de malaria autóctona en Argentina pasó de 440 a cero. Argentina registró su último caso autóctono de malaria en 2010. Pero la historia de eliminación había comenzado mucho antes.

Paterson, un pionero

Retrato
Dr. Guillermo Paterson, sentado, y el Dr. Salvador Mazza.

Carlos Miguel Ripoll, médico y actual director de Sanidad de Jujuy, dice que nació en Argentina "gracias al paludismo”. Su abuelo materno había llegado desde España a llevarse a su hermano que estaba muy enfermo de paludismo “pero éste murió antes y mi abuelo se quedó en Jujuy", explica Ripoll, que recorre una sala del Hospital llamada "Dr. Guillermo Paterson", en la ciudad jujeña de San Pedro.

Se trazaba un círculo en un área que se quería controlar. Se determinó cuál era el rango de temperatura, humedad y vuelo de la hembra de Anopheles, que es la que transmite el paludismo y que puede volar más de un kilómetro.

Paterson era escocés y fue el primero en Argentina en identificar a principios del siglo XX el parásito productor del paludismo. Lo hizo con un microscopio iluminado solo por un mechero de aceite. Paterson desarrolló buena parte de sus investigaciones en el ingenio La Esperanza, donde trabajaba el hermano del abuelo materno de Ripoll.

En Argentina el paludismo presentó dos características diferentes.

En la zona noroeste era una enfermedad endémica causada por el Anopheles, que estaba presente en las épocas de mayor calor y lluvias. Es un mosquito que requiere de un curso de agua corriente de baja profundidad, bien aireada y al sol para que se desarrollen algas verdes que alimentan la larva.

En el noreste del país, en cambio, el brote de paludismo aparecía cuando los mosquitos llegaban con las crecidas de los ríos en Paraguay y Brasil, que en Argentina formaban esteros que propiciaban la reproducción del insecto. "Eso se mantuvo hasta que en 1931 fue designado responsable del control del paludismo en Jujuy el médico Carlos Alberto Alvarado", recuerda Carlos.


Alvarado y el modelo de atención primaria

Carlos Miguel Ripoll, director de Sanidad de Jujuy
Carlos Miguel Ripoll, director de Sanidad de Jujuy

Ripoll es discípulo de Alvarado, responsable de desarrollar el Plan Policía de Focos, que consistía en construir obras de infraestructura para darle mejor tránsito a los cursos de agua y así impedir el desarrollo de las larvas de mosquito.

"Luego se trazaba un círculo en un área que se quería controlar. Se determinó cuál era el rango de temperatura, humedad y vuelo de la hembra de Anopheles, que es la que transmite" el paludismo y que puede volar más de un kilómetro, resalta Ripoll. Entonces, se realizaba un círculo en el perímetro que se quería proteger, otro a un kilómetro de allí y un tercero a un kilómetro del anterior.

"Cuando estaba saneada esa zona interior, se continuaba con la siguiente. Así, en el transcurso de dos o tres años, se logró una disminución significativa de los casos, alrededor del 60%, sin aplicar insecticidas", indica el médico.

En 1966 el Dr. Carlos Alberto Alvarado creó la figura del agente sanitario: un habitante de la comunidad, del mismo color, etnia e idiosincrasia de la población a la que tenía que controlar.

Después de la Segunda Guerra Mundial, también por gestión de Alvarado, Argentina accedió al Dicloro Difenil Tricloroetano (DDT), y su aplicación redujo en dos años el número de casos que las autoridades se habían planteado eliminar en cinco. El paludismo "quedó prácticamente cercado en pequeñas zonas. En Jujuy, los últimos casos fueron en 2005", explica Ripoll.

En 1966, ya retirado de la OMS donde fue jefe del área de malaria a nivel mundial, Alvarado volvió a Jujuy donde como ministro de Salud presentó el Plan de Salud Rural, que creó la figura del agente sanitario: un habitante de la comunidad, del mismo color, etnia e idiosincrasia de la población a la que tenía que controlar. Además, tenía que llevar un buen mensaje de prevención y promoción de la salud, tener un buen par de piernas para caminar y un corazón grande para hacer el bien".

El agente sanitario tenía que llevar un buen mensaje de prevención y promoción de la salud, tener un buen par de piernas para caminar y un corazón grande para hacer el bien.

El rol clave del agente sanitario

El agente sanitario tenìa por misión acercar el servicio de salud público a las poblaciones más lejanas y vulnerables. Su responsabilidad era tener un contacto cotidiano con los habitantes y consultarles si alguno de ellos estaba enfermo en el último tiempo. También tomaban muestras de sangre y las analizaban en el mismo lugar Ante la sospecha de un posible caso de paludismo, lo reportaban al hospital y también a las brigadas, que rápidamente fumigaban la vivienda.

Cuando no había un lugar para dormir lo hacíamos al aire libre. Había zonas a las que no podíamos llegar con camionetas, así que lo hacíamos a caballo o mula. Caminábamos al borde de precipicios y con los pies empapados por la humedad.

Entre septiembre y marzo de cada año se realizaban operativos de vigilancia de la enfermedad en el noroeste y noreste argentino. “Eran días agotadores porque lo hacíamos en una temporada de intenso calor, humedad y lluvias”, destaca Mario Zaidenberg, que durante 24 años fue jefe del Programa Nacional de Paludismo hasta su retiro en 2017.

Zaidenberg fue uno de los referentes del llamado plan ArBol, puesto en vigencia en 1996 por los gobiernos de Argentina y Bolivia para combatir el paludismo ante un aumento de casos.


La herencia de los brigadistas

malaria brigades

Horacio Rodríguez, jefe de la Base Nacional de Control de Vectores de Salta, considera que por las condiciones en que se llevaban adelante los operativos en el territorio contaron, acaso, con una ayuda divina. “Cuando no había un lugar para dormir lo hacíamos al aire libre. Había zonas a las que no podíamos llegar con camionetas, así que lo hacíamos a caballo o mula. Caminábamos al borde de precipicios y con los pies empapados por la humedad”, relata.

El trabajo del brigadista parece heredarse. En la ciudad de Orán, Antonio Rodríguez se siente “orgulloso” de que su hijo, Cristian Andrés, se haya incorporado a las brigadas de fumigadores. “Cuando era niño veía que mi padre se iba de casa por días o meses. De a poco empecé a entender de qué se trataba su trabajo”, relata el joven.

Una vez lograda la certificación de la eliminación, asegura Zaidenberg, el desafío consistirá en mantener la capacitación de profesionales en la detección de la enfermedad. “Me da mucha emoción llegar a esta instancia. Esto no hubiera sido posible sin el compromiso de las personas que viven en parajes escondidos, que fueron capaces de tener una actividad atenta y responsable en la detección de pacientes con paludismo”, culmina.