Alfredo Darío Espinosa Brito, toda una vida al servicio de la salud pública

El Dr. Alfredo Espinosa Brito no solo es un destacado internista y salubrista cubano; también es un excelente educador, que ha contribuido con la preparación de muchísimas generaciones de médicos. 

Asimismo, es un cienfueguero con un fuerte arraigo hacia su terruño; muy querido y respetado por el pueblo de su ciudad natal, donde siempre ha trabajado y aún radica, rodeado de familiares, amigos, exalumnos y pacientes que le agradecen tanta entrega.

Su labor académica y asistencial, así como su rol en la prevención de enfermedades y la promoción de salud, le han hecho merecedor de muchos reconocimientos, entre los que se encuentra el Premio de la OPS a la Gestión y Liderazgo en los Servicios de Salud.

Mediante esta entrevista es posible acercarse a su prolífera carrera profesional y, además, conocer un poco sobre su vida personal y aquellas personas que influyeron en su formación, como su padre.


¿Siempre ha vivido y trabajado en Cienfuegos? ¿Nunca pensó desarrollar su carrera profesional en otro lugar?


Nací en el Hospital Civil de esta ciudad el 19 de diciembre de 1941. Me crie y siempre he vivido y trabajado en Cienfuegos. Por mi mente nunca pasó la idea de desarrollar mi carrera profesional en otro lugar, a pesar de que oportunidades no me faltaron, especialmente cuando viajé a otros sitios, tanto en Cuba como en el extranjero, para completar mi formación profesional.

Tuve una infancia feliz, con una familia estable y que me inculcó muchos valores. Mi padre fue médico, otorrinolaringólogo, y mi madre doctora en farmacia, además de ama de casa. Recuerdo cómo compartía juegos, actividades escolares y deportivas con mis compañeritos de la escuela y amiguitos que eran vecinos de los barrios en los que viví entre los años de 1940 y 1950. Estudié en el Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas de Cienfuegos, y me gradué de Bachiller en Ciencias y Letras en junio de 1958.

 

 

 

Desde pequeño aprendí a amar y defender esta ciudad, por su historia y su gente. Siempre he sentido un sano orgullo cienfueguero.

Alfredo Espinosa

 


¿Por qué decidió ser médico? ¿Y por qué escogió la especialidad de Medicina Interna?


Decidí matricular la carrera de medicina por varios factores, pero hubo dos cosas que influyeron mucho en mi motivación: el ejemplo de mi padre, que fue un buen médico y siempre ha sido mi paradigma como ser humano; y el entusiasmo de varios de mis compañeros de colegio, que también iban a estudiar Medicina.

La vocación de médico, como decía Gregorio Marañón, la fui encontrando y desarrollando luego durante la carrera, fundamentalmente en los años de práctica clínica. También “por el camino”, aunque todo me gustaba, descubrí que lo mío era la Medicina Interna, que fue la base de mis acciones posteriores. En esa decisión influyeron ilustres maestros, como Raimundo Llanio Navarro, José Emilio Fernández Mirabal, Raúl Dorticós Torrado y, con mayor énfasis, mi modelo de internista, Ignacio Macías Castro.

Con el paso del tiempo he reflexionado mucho sobre por qué me incliné por esa especialidad. Estimo que me apasionó su visión “generalista” de la persona adulta; objeto de nuestra actividad, pero sujeto vivo que piensa y siente, con una historia particular y heterogénea, que requiere de una atención personalizada y continuada. Esos son tesoros que guardan celosamente los internistas como yo. La clínica y el método clínico han sido mi pasión desde joven.

Esta especialidad ha estado, desde sus orígenes, sometida a múltiples avatares y riesgos. Sin embargo, hasta ahora siempre ha sido resiliente y ha tenido la capacidad adaptarse a los nuevos contextos para salir airosa, renovada, y así poder analizar y aportar al panorama global de la salud y la vida. 


Cuéntenos sobre sus inicios como médico. ¿Cuáles fueron los principales retos que debió enfrentar?


Como todos mis compañeros, cuando me gradué de la Universidad de La Habana en 1965, debía pasar a cumplir el Servicio Médico Rural por dos años. A mí me ubicaron en el Hospital Rural de Crucecitas (o Crucesitas), en la zona montañosa de la Sierra del Escambray, a 650 metros sobre el nivel del mar, donde era el único médico y el director. Allí, he dicho muchas veces, me hice médico de verdad, por los múltiples retos que tuve que enfrentar.

Fue decisivo el apoyo de mi esposa, que me acompaña desde entonces en la vida. En aquel lugar fue nuestra luna de miel, en el matrimonio y en la profesión. Ella no es médico, pero me ha acompañado incondicionalmente en esta misión. Sabía algo de laboratorio y me ayudó con las labores del laboratorio clínico en nuestro hospitalito rural.

He escrito con mucho cariño sobre esos primeros años: los 150 partos realizados en las más complejas condiciones, las campañas de vacunación, las largas jornadas de consulta allí y en el Hospital Rural de El Nicho, la ampliación del hospital, el apoyo de los campesinos en todas las tareas, entre muchas otras experiencias.

Atendía a la población las 24 horas, pero organicé las consultas y establecí prioridades para cada día: martes con las embarazadas; jueves con niños; sábados lactantes. Fue una época de explosión demográfica.

Algunas anécdotas son inolvidables para mí, como cuando diagnostiqué de urgencia dos casos de abdomen agudo por grandes hemoperitoneos: uno a causa de un accidente y otro debido a un embarazo ectópico. Por supuesto, los pacientes fueron llevados al Hospital de Cienfuegos, donde les operaron exitosamente.

Hay muchísimas anécdotas más. Como decía antes, allí me hice médico de verdad. En medio del monte, acompañado por dos auxiliares de enfermería que solo tenían sexto grado de instrucción y un curso de seis meses en la Escuela de Enfermería de Cienfuegos; pero como yo, con unos deseos tremendos de aprender y servir.


¿Qué momentos de su carrera recuerda con más alegría y qué momentos fueron los más difíciles? 


Son incontables los momentos de alegría y satisfacción durante mi larga vida profesional. También los difíciles, sobre todo al comunicar malas noticias. Los momentos de mayor alegría los experimentaba cuando le daba el alta a pacientes con los que no contábamos en algún momento de su enfermedad. Muchos de los cuales se convirtieron en mis amigos y de mi familia.

Por otro lado, los momentos más complicados solían ser cuando debía solicitar autorización a los familiares de un fallecido para realizar la autopsia clínica, prácticamente de manera inmediata a ocurrir el fallecimiento. Prestaba mucho cuidado a esos trámites y acompañaba a los nuevos residentes para enseñarles los mejores modales, cuidando mucho la ética

Todos esos sentimientos se resumen en las líneas que mi padre me escribió en una carta que tituló “Adiós al Colegio”, cuando ya yo había decidido estudiar medicina, y que siempre me han acompañado. Él me profetizaba:

“Te sentirás más cerca de Dios cuando hayas salvado una vida; y ese día, aunque tu bolsa esté vacía, te invadirá una felicidad maravillosa. Las familias te entregarán sus seres queridos y confiarán en ti para que les salves de la muerte. Esto te dará una gran responsabilidad. Todo depende de tus conocimientos, de tu moral, de tu honradez. Yo tengo la seguridad que siempre actuarás bien”.


Usted es fundador de la docencia médica superior en Cienfuegos. ¿Qué siente al saber que ha contribuido con la formación de tantos profesionales de la salud?


Me siento bastante satisfecho. Siempre hay algo que pensamos que pudimos hacer mejor; pero he tratado de cumplir con una frase del Padre Félix Varela, otro de mis paradigmas, que dice: “el maestro vive en sus discípulos”. Las satisfacciones que me han dado mis educandos se encuentran entre las mayores alegrías que he recibido, y sus triunfos los disfruto doblemente.

Pudiera decir que la formación en esta profesión me atrajo desde que me gradué. Sabía que ello me permitiría trasmitir conocimientos y valores a colegas y subordinados. Oficialmente, recibí mi primera categorización como docente después de la apertura del Hospital “Dr. Gustavo Aldereguía Lima”, en 1980.

Las asignaturas de pregrado que he impartido sistemáticamente son Propedéutica clínica y Medicina Interna. Sin embargo, igual he tenido que trabajar contenidos de Geriatría, Epidemiología, Salud Pública, Cuidados Intensivos, Metodología de la Investigación, Ética médica, Promoción de Salud y Atención Primaria, entre otros, lo mismo en cursos de pregrado que de postgrado, mediante conferencias, entrenamientos, debates, y otras modalidades que he impartido o compartido en múltiples ocasiones en diferentes escenarios: locales, provinciales e internacionales.

En Cuba el plan de estudios siempre ha sido muy bueno. Ha incluido conocimientos y habilidades universales, más un grupo de innovaciones nacionales de elevada calidad. Asimismo, ese plan ha incorporado modificaciones a lo largo de los años. Lo conozco y lo he estudiado mucho en las últimas cinco décadas.

Alfredo Espinosa

Poco a poco, las condiciones se fueron creando para que la formación de los médicos saliera de la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana, única casa de altos estudios en el país antes de 1959. Progresivamente se trasladó a todas las provincias del país, conservando los requisitos necesarios.

Estimo que el tiempo ha demostrado y validado la preparación de los médicos cubanos. En mi caso, los profesionales de la salud a los que he tenido la oportunidad de formar constituyen uno de mis mayores orgullos. Cuando los veo triunfar, tanto en Cuba como en otros países, pienso que están ratificando la alta calificación de la escuela cubana de Medicina.


El pueblo cienfueguero lo quiere y lo respeta mucho. ¿Cómo recibe usted ese cariño y cómo lo ha retribuido?


El cariño y el respeto de mi pueblo cienfueguero es una de las cosas que más valoro. Lo recibo y reciproco con humildad y compromiso, tratando siempre de no quedar por debajo de sus expectativas.

Cienfuegos es un pueblo gallardo, con muchas virtudes. Como puerto de mar, siempre ha estado abierto al mundo. Culturalmente se ha enriquecido de varias oleadas de inmigrantes nacionales, sobre todo de las que ocurrieron en los años sesenta y setenta, cuando hubo un fuerte proceso de industrialización en la región.

Yo he tenido el privilegio de recibir un grupo de reconocimientos propios de esta ciudad, como el denominado “Hijo Ilustre de Cienfuegos”, otorgado por la Asamblea Municipal del Poder Popular de Cienfuegos y el “Premio Jagua”, entregado por la Dirección  Provincial de Cultura. Asimismo, he recibido distinciones de las Direcciones Provincial y Municipal de Salud de Cienfuegos; de la Universidad de Ciencias Médicas y de mi Hospital “Dr. Gustavo Aldereguía Lima”, entre otras instituciones. Incluso, he tenido el honor de ser Presidente honorífico del “Club Cubanos de Cienfuegos.

Lo anterior lo agradezco mucho, pero para mí lo más importante son las muestras de cariño que recibo de las personas comunes que me han acompañado en la travesía de la vida: familia, amigos, colegas, estudiantes, pacientes y gente humilde.


¿Qué significa para usted el premio que le ha otorgado la OPS a la Gestión y Liderazgo en los Servicios de Salud?


Nunca he trabajado para premios. Sin embargo, lo recibo con satisfacción en nombre de muchos; especialmente de mi familia, mis maestros, mis compañeros, mis amigos, mis pacientes y mis estudiantes. Sin sus enseñanzas y su acompañamiento, hubiera sido imposible obtener ese galardón.

Alfredo Espinosa

No ha sido un reconocimiento a mi persona, sino a los que me formaron, ayudaron a crecer, y me han acompañado tanto tiempo en este bendito lugar de mi Patria, Cuba.

No sería completamente sincero si no expresara que nada de esto hubiera sido posible si en Cuba no existiera un proyecto social que ha pretendido transformar positivamente nuestra sociedad, sobre todo la salud, como componente fundamental de la calidad de vida de sus habitantes, y un sistema sanitario como el que existe en el país, donde la salud es valorada como uno de los derechos fundamentales del ser humano.

Algunos compañeros me han insistido en un simbolismo adicional que tiene este reconocimiento. Y es que ha sido el primero otorgado a un cubano que vive fuera de la capital del país, ya que los otros seis profesionales cubanos que también lo obtuvieron antes tenían su residencia en La Habana. Por cierto, todos eminentes profesionales; un grupo de ellos, antiguos y apreciados profesores míos.

Asimismo, agradezco mucho las palabras que pronunció el Ministro de Salud Pública de Cuba, Dr. José Ángel Portal Miranda, al recibir en mi nombre el Premio en Washington, en septiembre de 2023: “En nombre del Ministerio de Salud Pública y de todos los trabajadores de la Salud en Cuba, agradezco a ustedes la deferencia de este reconocimiento al doctor Espinosa, cuya humildad y compromiso le han hecho ganar también cariño y respeto entre sus colegas y nuestro pueblo”.