Rutas de Aprendizaje del Programa Familias Fuertes: Amor y Límites
Diversos estudios habían identificado como un programa efectivo al Strengthening Families Program (SFP), desarrollado por el Instituto de Estudio Social y de Conductas de Universidad Estatal de Iowa (1992). El SFP se diseñó como una intervención de prevención primaria del abuso de alcohol y otras substancias psicoactivas en adolescentes y demostró su efecto en el corto plazo y a través del tiempo.
La Organización Panamericana de la Salud/Organización Mundial de la Salud (OPS/OMS) en coordinación con el Centro de Comunicación en Salud de Harvard School of Public Health adaptó el SFP a un español estandarizado y a la cultura Latinoamericana, lo que hoy se denomina el programa Familias Fuertes: Amor y Límites. El objetivo del programa es mejorar la salud y el desarrollo de adolescentes entre 10 y 14 años, y prevenir el consumo de drogas y otras conductas de riesgo a través de la promoción de la comunicación entre padres e hijos. Su metodología es educativa y personalizada en el trabajo con padres e hijos durante siete semanas continuas.
En Perú el programa Familias Fuertes: Amor y Límites se inició en el año 2005 cuando la OPS/OMS regional ofreció un primer taller de formación a facilitadores en el manejo del marco teórico y la metodología. En el 2007, la OPS/OMS de Perú y la Cooperación alemana (GTZ), (ahora GIZ) implementaron el programa a nivel municipal en nueve distritos de Lima. El resultado permitió conocer la herramienta con familias peruanas.
Los aprendizajes orientaron la elaboración de materiales de apoyo al entrenamiento de facilitadores y la ruta de gestión para una exitosa implementación. La OPS/GTZ presentó la herramienta a diversas instituciones del Estado como una intervención efectiva, que había sido validada con familias peruanas y tenía aceptación. Hubo interés de diversas entidades y fue la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (DEVIDA) la que insertó el programa en sus políticas institucionales de prevención...
En este escenario tres grandes desafíos se visualizan. El primero en relación a la sostenibilidad de la intervención desde las instituciones educativas. Esto supone un siguiente nivel de involucramiento, el nacional. El Ministerio de Educación debe hacer suya la propuesta de institucionalizarla desarrollando los mecanismos propios del sector que garantice que la inversión realizada en la instalación de capacidades técnicas en docentes y las familias no se pierda y por el contrario prosiga. Un segundo desafío se refiere a la evaluación de las intervenciones. Si bien ha habido evaluaciones estas no han contado con la rigurosidad científica que permita atribuir los resultados favorables encontrados a la aplicación del programa, perdiendo la posibilidad de mostrar las evidencias de los impactos. El tercer desafío y no menos importante se vincula a la fidelidad, es decir la adherencia y calidad de las intervenciones. Es necesario el apoyo y seguimiento al entrenamiento de los facilitadores, articular los esfuerzos para garantizar una gestión efectiva que asegure las condiciones adecuadas para la implementación del programa respetando sus exigencias técnicas.
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